Título: Desde Austria
Subtítulo: Cartas a Les Tempes Nouveaux de París
Temas: Opinión
Notas: Traducido por J. Prat. Digitalización KCL.
Fuente: Recuperado el 18 de enero de 2013 desde kclibertaria.comyr.comViena, 14 de Diciembre de 1919.
Los supongo lo suficientemente enterados de la situación vienesa para que les tenga que hablar de ella en detalle. Para el que puede gastar en una quincena lo que antes (1914) gastaba en un año, es fácil salirse de apuros, y, en general, lo es también para todos aquellos que puedan descargar sobre las espaldas de otro más débil el peso de esto que llamamos la carestía de la vida. Como yo soy uno de estos más débiles y en absoluto desprovisto de todo, he caído ya en el fondo del abismo y no me queda más recurso que continuar en él. El Algún día tal vez podré contarles, el si les gusta saberlo, el cómo yo el arreglaba del las el y cómo fui tirando, mejor el peor de o, el octubre del hasta de 1918. A partir de esta época, ha sido simplemente espantoso.
Aun pesé a un período soportable desde noviembre de 1918 a abril de 1919. Pero después vivo casi enteramente de pan mojado con agua, fría o caliente, ennegrecida con una apariencia de café. Y hace tres semanas (a fines de noviembre) que el pan suplementario que compraba de contrabando no me llega tampoco, y he caído en una profunda miseria, es decir, que no dispongo más que del mínimo de artículos racionados: un kilo de pan, una libra de patatas y 120 gramos de grasa por semana, con media libra de harina y 3/8 de kilo de azúcar por mes. Así, pues, no dispongo más que de este pan, estas patatas y un plato de mi invención: judías, maíz, avena, harina, mendrugos de pan seco, todo desechos, que hago hervir, cuando puedo, con un poco de sal. Tengo la curiosidad de saber cuánto tiempo podré ir tirando con esta mixtura y sin el pan adicional que no llega.
En esta negra miseria caen algunas de las migajas de la mesa de los países del Oeste. Estos envíos no pueden, verdaderamente, tener la virtud de ponerme de pie, pero sirven para levantar mi moral y reconstituyen una apariencia de almuerzo, sin la leche. De Inglaterra no pueden aún enviarme manteca y otras golosinas parecidas; un poco de cacao y de café no me irían del todo mal, y si no les disgusta este «broad hint», serían bien, pero muy bien venidos.
Estos paquetes que me envían son a modo de ráfagas de luz que iluminan un poco este sombrío período del invierno, sin fuego con que calentarme y sin petróleo hace más de un mes. Por esto han sido muy amables y les agradezco mucho a todos los que hayan pensado en su viejo amigo. Sé que esta situación no puede durar y más bien me despido de todas estas bellas cosas cuando, después de tantos años, las veo de nuevo, ya que ni puedo pensar en comprarlas...
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Viena, 12 de Enero de 1920.
Queridos amigos: el paquete ha llegado a mi poder. Gracias, mil gracias a todos los amigos de Les Temps Nouveaux. Gracias también en nombre de mis pájaros (que son tal vez los últimos que quedan en Viena) por estas muestras de amistad que les prodigan.
Su amigo portador del paquete me parece que quiere estudiar la situación creada al Austria (Deutsch-Osterreich) y por qué medios el país podría salir de esta miseria absurda que comienza a saltar a la vista de todo el mundo, menos a los de sus creadores.
Podrá hacer sus investigaciones con plena libertad en la dirección y extensión que le plazca, es decir, que podrá visitar y estudiar los socialistas oficiales (los nuevos ricos del socialismo), así como los socialistas de corazón y no de partido, a los que se creen revolucionarios y, si quiere, a los pocos libertarios que quedan...
Porque, verdaderamente, para mí, hay dos problemas: lo que conviene a este país para salvarlo, y lo que conviene a los socialistas y obreros de este país para hallarse mejor. Muchos de ustedes han admitido una «Unión Sagrada»; yo admito otra entre los débiles y las víctimas, excluidos ─por medio de procedimientos únicos en el mundo─ desde fines de 1918, de la humanidad, y ante esto, la realización más o menos rápida del socialismo no es urgente para este país que, por sí solo, nada puede realizar.
Por consiguiente, tanto como me interesan las cuestiones generales, me desintereso de los partidos socialistas y comunistas. Las tentaciones y los efectos desmoralizadores de la autoridad son enormes;tribunos y rebeldes no salen más que de las universidades, y la mayoría de estos se transforman como por ensalmo en charlatanes oficiales y suboficiales del nuevo régimen, ministros y arbeiterräthe que me causan tanto asco como los políticos. Pero esto hace perder la cabeza a casi todos y al pobre Gustav Landauer le ha costado la vida, pérdida que me pone aún más furioso contra estas atracciones funestas de un poco de poder, esta generalización y vulgarización de la autoridad llamada sistema de los «consejos», que multiplica la autoridad en lugar de demolerla. Este indisciplinado por excelencia de antaño, nuestro Enrique Müsham, se ha dejado atrapar por completo; cuando en septiembre estuvo en la cárcel, proclamó su adhesión al partido comunista, y ahora tiene que confesar teóricamente que del huevo Marx y del huevo Bakunin, Lenin, al romperlos, ha hecho definitivamente una tortilla. Uno solo se mantiene aun incólume, Pedro Ramus, que en su periódico Erkeuntnis und Befreiung, que sigue las huellas de Landauer, (Socialistenbund) no sueña, como los demás, con la dictadura.
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Viena, 24 de Enero de 1920.
Su amigo puede comprobar que los socialistas son impotentes para realizar cualquier verdadero socialismo aquí y entre ustedes para imponer un freno humanitario a la burguesía triunfante; son, pues, impotentes, en este momento crítico, para resolver el problema agudo y momentáneo de la vida o la muerte de lo que hoy llaman «el Austria»; la opinión de estos socialistas no puede interesarle para su estudio actual.
Opino del mismo modo; porque se trata verdaderamente de la vida física, moral e intelectual de millones de individuos que no se ven obligados a vivir en condiciones que se considerarían demasiado crueles para ser impuestas a unas cuantas pobres víctimas animales de la vivisección en un laboratorio; pero yo no soy de los que con esta miseria aún alimentan el agua del molino de su partido especial: que los hombres revienten con tal de que el partido viva y florezca. Hay un límite donde el partido desaparece y sólo el hombre existe. Ciertos socialistas, los de más fama, los que disfrutan con el nuevo poder, con sus funciones bien retribuidas, etc., no ven más que el partido.
El Oeste y el Centro de Europa viven en mundos diferentes. Para el capitalismo del Oeste no hay más que esta cuestión: cómo sacar provecho de lo que aún posee Austria en materia de población, de riquezas naturales, tesoros, arte, etc.; pero para este país el problema consiste en cómo poder salir de esta depresión actual para reconstruir una vida por pobre que sea, pero que se aproxime de nuevo a algo que sea una vida normal. Para París, Austria es como un caballo muerto cuya piel, cascos, entrañas, huesos, pueden ser aún utilizados para ciertas industrias y no deben perderse, porque son la garantía de una deuda; para Austria, aquí, se trata de un caballo enfermo al que un poco de avena y buena alfalfa aún podrían permitirle ir tirando. Tocante a que reviente, esto puede hacerlo por sí solo, sin necesidad del capital extranjero. En mi modo de ver la situación.
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Viena, 20 de Junio de 1920.
¿Les interesan aún algunas observaciones sobre Austria? Este país no pertenece ya al mundo de los pueblos: se ha convenido actualmente que es un Estado-desecho, un país-pingajo, un residuo, es decir, lo que han querido que sea los Estados vecinos o constituidos después del armisticio de 1918, sin perjuicio de colgarle estos calificativos en la Conferencia de París. El Austria de lengua alemana fue de este modo roída en virtud de argumentos de nacionalidad (población mixta), de historia (porque así fue en un lejano pasado), de economía muy política (puesto que las riquezas naturales y los distritos fértiles son siempre buenos para conquistar), de estrategia (excelente medio para hacer avanzar una frontera lejana), etc. Lo mismo pasó con Hungría. De diez millones de lengua alemana, cuatro millones fueron así robados, con su territorio rico en agricultura, industria y minas. Los otros seis millones, habitando principalmente un país de montañas y de bosques, forman este residuo inutilizable, que nadie quería. Asimismo se les quitó su nombre, decretando en el tratado que no se llamarían ya austriacos alemanes, sino austriacos a secas; se les prohibió juntarse con los demás alemanes de Alemania, solución natural que habría hecho desaparecer de golpe todo el problema. Se les condenó, pues, al aislamiento y se les rodeó con un círculo de hierro de nuevas aduanas allí donde desde tiempo inmemorial o siempre las comunicaciones y transportes eran absolutamente libres. Se ven, pues, condenados, en Junio de 1920 como en Noviembre de 1918 y para toda una eternidad, a someterse a todo lo que sus compatriotas seculares, los nuevos Estados vecinos, y los dueños del mundo, en París o en Londres, les imponen, pues que ni pueden moverse, ni trabajar solos, y son los parias de la Europamoderna.
Porque la producción, separada de la mayor parte de las primeras materias por el bloqueo de cuatro años, se halló privada de carbón por el bloqueo aduanero del armisticio y se encuentra paralizada o arruinada. No se pueden comprar las importaciones caras; se subsiste, pues, sobre los restos de los antiguos aprovisionamientos y a cada mes que pasa nos encaminamos hacia un desenlace y ruina completa. Por la depreciación del dinero, el precio de un artículo comprado al extranjero aumenta, según los países, el doble (Yugoslavia), hasta multiplicarse por 3½ (Tchecoeslovaquia), 4¼ (Alemania), 8¾ (Italia), 12 (Francia), 24 (Inglaterra), 28 (Suiza), 29 (Estados Unidos), 31 (Suecia), etc... y a este precio hay que añadir los enormes gastos modernos de transporte, etc. A este precio no se recibe más que lo que el extranjero tiene interés en vender aquí; si quiere obtener artículos de que se tenga verdaderamente necesidad, hay que pasar aún por el aro de las concesiones, compensaciones y demandas, por no decir solicitudes. Para encontrar este dinero múltiple, hay que vender o entregar al control de extranjeros todo lo que constituye algún «valor internacional». Todo, pues, se marcha, y se ha marchado a bajo precio. El dinero que entra lo ocultan los ricos o lo gastan en alimentos para vegetar al día los menos afortunados. Actualmente, todo está ya engullido, y el país no interesa ya a los especuladores extranjeros.
El dinero local lo crea naturalmente una fabricación incesante de papel moneda a miles de millones, única industria que no huelga nunca; la depreciación de estos billetes encarece aún más los objetos, los salarios, los sueldos, los gastos de los servicios públicos, unos tras otros, estrechando cada vez más el círculo vicioso.
Con todo esto se obtiene un lujo de ricachón-gañán de los especuladores, una subsistencia penosa, monótona, que paraliza todo impulso y energía en los organizados (obreros y funcionarios), que ejercen una presión continua, y la miseria negra, absoluta, sin salida, la privación cruel que mina y arruina cuerpos y espíritus y hace que mueran las categorías más débiles y aisladas de la población que no saben abrirse un camino con la fuerza o la astucia. Quedan los comerciantes, que ganan con la elevación de los precios, quedan desvalijados por los impuestos y se resarcen con una nueva alza, etc., y los campesinos, los cuales, atiborrados de dinero desde hace tiempo, cultivan lo menos posible y se comen sus productos con toda comodidad. Para los campesinos, la gente de las ciudades puede reventar; toda solidaridad entre campo y ciudad está rota.
En esta situación se prepara a operar sobre Viena la Comisión interaliada de las Reparaciones. Su misión consiste en adueñarse de todo valor que aún pueda producirse, en beneficio de la Entente. Así, pues, si en este vasto desierto de ruinas, de incuria, de indigencia y de sufrimiento, alguna pequeña flor de actividad, de esfuerzo, de impulso se atreviera a asomar, se le arrancaría de cuajo al nacer, o se le autorizaría para que creciera más lejos a condición de dar una mayor cosecha, pero segada y sacrificada lo sería de todos modos. Medio ingenioso para arrebatar toda esperanza, para dejar estos seis millones de hombres a su ruina decretada, sancionada, reglamentada y vigilada, a una ruina que está a la altura de las ideas y de los corazones de 1919 y 1920...
En esta situación, que data de noviembre de 1918 y que acarreó esta privación de alimentos, esta declinación de la salud, esta desesperación y esta mortalidad en Austria, y que sólo ahora comienza a conocerse en todos los países y que unos cuantos hombres y mujeres de corazón intentan aliviar, los fenómenos de la vida política, social, moral, etc., toman necesariamente tales formas anormales, que ya no ofrecen más que un interés patológico. El delirio de un febroso, los vagos movimientos de un agonizante, no pueden producir trabajo, ni ideas útiles y sanas, y es tan cruel como inconveniente compararlos a actos de organismos sanos y erigirse en juez de estos actos de enfermo. Cuando un pueblo que ha vivido a su modo y comodidad durante siglos, se ve así, de semana en semana ─pues hasta Octubre de 1918 todo iba relativamente bien─ colocado fuera de la humanidad, expulsado de esta solidaridad humana a la cual, después de cuatro años de bloqueo, se ve obligado a someterse a todo, inerme, en pleno armisticio y «paz», obligado a mendigar que le vendan un mínimo de alimento a precios muy elevados, no se le puede pedir ni que establezca la vida y la mentalidad normales, ni que haga la revolución social. Es incapaz de todo esfuerzo serio y se extenúa en gestos y palabras que a distancia no se comprende lo que significan. Todos gritan a la vez y los que más gritan sobresalen localmente. De ahí diferentes tendencias que predominan aquí y acullá y el equilibrio local temporal pronto se rompe por una nueva algarabía. La frase reina suprema; la mentira oficial, el jesuitismo social-demócrata, las exageraciones «comunistas», la brutalidad antisemita, la impotencia de unos cuantos aislados de buena voluntad, todo esto se agita en el aire y no sirve más que para fanatizar y brutalizar los respectivos adeptos. Los aprovechados hacen sus negocios y se acomodan con todos los amos del momento que, sobre ciertos puntos, todos hablan la misma lengua: «cuanto más esto cambia», etc. Y los sufrientes, los que no se han apoderado de ninguna posición estratégica por la explotación-mutua (¡qué burla el apoyo mutuo en semejante situación!), los sufrientes saben que todo, absolutamentetodo lo que dirán y harán estos señores de la derecha, y de la izquierda, conducirá, sin falta, a nuevos gastos, destrozos, pérdidas y chinchorrerías para ellos, que no aguantan actualmente un sistema, sino tres o cuatro a la vez, desde la antigua burocracia, que permanece intacta, aumentada y vuelta grosera y negligente, hasta una social-democracia de una incompetencia notable, un sedicente comunismo que ni quiero caracterizarlo y una reacción sutil y pérfida que acecha su momento. La cosa pública se parece a un foot-ball que una horda de salvajes empuja sin reglas en todas las direcciones, en pura pérdida y sembrando desastres por todas partes.
De esta degradación de la vida pública y de igual decadencia de la vida de los negocios, donde cada paso a través de las mil nuevas triquiñuelas que se inventan todos los días no se da sino por el camino de la corrupción, se desprende una brutalización de la vida individual de casi todos los hombres, pues cada uno no tiene más preocupación que la de echar mano a todo lo que puede, sea simplemente para vivir, sea para acumular algo en previsión del mañana, que se presenta más negro todavía, más terrible aún, sea para aturdirse con los bajos placeres, pálido reflejo de cara de muerte del placer fácil estético de antes. La honradez y el escrúpulo personales desaparecen de este modo, y si los adultos se contienen aún por el recuerdo del pasado honrado, los hijos de este tiempo no conocen la vida honrada y pura, como no conocen tampoco un plato rebosante, una golosina, fuera de verlos en casa de los especuladores o ladrones, que son los modelos de este mundo trastocados. Contemplan el espectáculo de la bestia ahíta repantigada en su auto o el del mercader con el escaparate lleno de cosas apetitosas y no se acuerdan ya de las prédicas de la abuela debilitada y encanijada como ellos. Esta situación es, pues, la escuela de la ruina física y moral de toda adolescencia del país.
No piensen que todo esto crea sentimientos revolucionarios tal como nosotros los entendemos. El quítate tú para que yo me ponga es el único sentimiento que se ve. Si la miseria es demasiado grande, el altruismo es un lujo que nadie puede permitírselo. Se salva uno como puede, en los negocios, en el robo o en el Estado, es decir, que la gente se vuelve explotadora o se queda en casa, vegeta, mal vive y revienta.
Si alguno pensó alguna vez que un cambio de sistema encontraría una oposición seria en los funcionarios, estos ejecutores de las grandes obras del sistema imperante, se engaña lastimosamente. El funcionario ha visto inmediatamente que es el verdadero beneficiado de estos seudo-revolucionarios modernos, de estos cambios de etiqueta y de este fraccionamiento del antiguo país. Cada división multiplica el funcionario, del que ahora se necesitan 2, 4, 6 ejemplares, y su apresuramiento en hormiguear al amparo de todo nuevo régimen le reporta por lo menos una notable disminución de su trabajoexcesivo y unos sueldos bien aumentados. Solamente un viejo Estado estabilizado puede permitirse la podadura y economías, pero jamás un Estado nuevo; nobleza obliga. Así, la antigua Austria, recortada en seis, se ha trocado en el país de los funcionarios, que pululan como en ninguna otra parte del globo. Levantará un solo dedo y recibirá en seguida aumentos de dos mil millones de coronas, suma obtenida doblando de un plumazo todos los gastos y tarifas de transportes, viajes, correos y telégrafos, etc., como sucedió en abril de 1920; fruncirá el ceño e inmediatamente se aumentarán otros mil millones (mayo 1920). Que se les pida un trabajo un poco más atento, que se despida a uno solo de estos que se han multiplicado a medida que el país disminuiría, y todos se levantarán unánimes contra semejante ofensa.
Este país está en manos de un gobierno coaligado, comprendiendo socialdemócratas y clericales (antisemitas), los jefes de los obreros y de los campesinos. Si un puñado de socialdemócratas se apodera de unos cuantos empleos, otros tantos clericales hallan justo hacer lo propio, y si no hay bastantes plazas se inventan, y todos contentos. El antiguo personal, naturalmente, es inamovible, y como no tiene trabajo, se divierte intrigando y conspirando con los recién llegados. Es la edad de oro para esta gente.
Y el porvenir es también suyo. Todas estas esferas fomentan cuidadosamente un federalismo, la separación de este pequeño país en otros pequeños países (Styria, Tirol, etc.). Todos los países de que se componía Austria tuvieron siempre una autonomía de la que nadie se puede formar una idea de un país moderno centralizado, y esto es precisamente lo que ha preparado y permitido su separación en 1918. Pero esta vez, en 1920, se trata de un separatismo alimentado por el hambre y la envidia, el enfermizo deseo entre miserables de devorarse mutuamente, de arrancarse las últimas briznas. Siempre quedarán bastantes para los políticos, y los funcionarios y sus clases, por consiguiente, van a multiplicarse de nuevo.
Y cuando esto ocurra, se procederá a la subdivisión de estos pequeños países casi autónomos (observen que pongo cuidado en no decir «provincias», pues de toda la vida sé que provincia es un término que ofende a la autonomía y que siempre hay que decir «país»). Los distritos obreros y los distritos campesinos no se quieren gran cosa, motivo sobrado para hacer de ellos nuevos sub-Estados en los países autónomos que, en su conjunto, componen el minúsculo Estado Austria...
¡Y si esto quedará aquí! Pero es que hay también todo el aparato de un sovietismo no-oficial al lado de todo esto. No confundo esto con la organización obrera, bastante desarrollada por los demás. Hablo de una masa de consejeros de toda clase surgidos de entre las organizaciones reconocidas y el organismo gubernamental, resultado de elecciones en que el adversario está excluido por principio, etc. Este personal sovietista no existe oficialmente, y por lo tanto formalmente se le desmiente como órgano autorizado. No por eso deja de ejercer una autoridad hasta allí donde encuentra una resistencia. Entonces el resultado es diferente; el más débil no tiene nunca razón. No quiero ahondar más este tema; digo solamente que, visto desde el punto de vista local, el sovietismo es la continuación y una variación delfuncionarismo, que se hermanan muy bien, puesto que todos los funcionarios son hermanos y sólo piensan en aumentar la familia, tan numerosa y encantadora como ya ahora es.
¿Y los anarquistas? Al principio se abstuvieron de meter los hocicos en la gamella, pero algunos no supieron resistir al placer de verse elegidos consejeros obreros (Arbeiterralte) en Viena. Pero el Consejo obrero donde reside el partido socialdemócrata del doctor F. Adler y el partido comunista no les ha permitido codearse con ellos. No se trata de unos individualistas cualquiera, sino de hombres que han preconizado siempre el sindicalismo y que, por el hecho de su misma elección, aceptan, evidentemente, una cooperación parlamentaria con los partidos socialistas. Pero nada hay que hacer; el anarquismo queda descartado del sovietismo respetable.
He aquí, pues, en qué demencia estamos zambullidos. Que en este estado de espíritu los espectros del bolchevismo o de la reacción revoloteen, guardias rojos por aquí, guardias blancas por allá, nada tiene de serio; que se haga esto o que se haga aquello, siempre acabará mal: nuevos desastres, pérdidas y ruinas y algún compromiso lánguido, marchito, deshonroso; alguna nueva camarilla en el poder y así por el estilo. Un moribundo que oye sonar el clarín y que hace unos cuantos gestos vagos que no cambian nada a nada. Aquí, nos ilusionamos con los sones que vienen de Rusia, o creemos oír gruñir una tempestad lejana en el Mediodía, o creemos ver (equivocándonos probablemente) algunos rayos que iluminan el espacio en el Oeste, o rumores sordos procedentes de Alemania y de Hungría, total, nada, ruido de cadenas de compañeros de sufrimiento cuyas voces están tan desorientadas y son tan impotentes como las nuestras.
No hay que querer demasiado mal a esta desgracia Hungría. A partir de fines de Octubre pasó desde las manos de los políticos más nefastos a las de un bolchevismo (empleemos este término convenido) tan crudo, tan cruel, tan ultra-autoritario, que ha hecho detestar el nombre de socialismo en este país tal vez para mucho tiempo, tanto más, cuanto que sirvió de pretexto para la invasión rumana que arruinó el país con una expoliación espantosa y que, por añadidura, contribuyó a hacer sancionar la inmensa expoliación de territorio y de población húngara que el tratado de Neuilly impone a Hungría. París tuvo una semana sangrienta, las ejecuciones durante varios años, la inmensa deportación, la represión del socialismo durante años (ley Dufaure, etc.), y la tardía amnistía de 1880, y, no obstante, la Communeno tocó ni la propiedad, ni la Banca, ni la vida de un hombre, fuera del hecho local de la muerte de los rehenes a últimas horas. En Hungría, en 1919, se ha tocado todo lo que respetó la Commune. Supongamos que este autoritarismo impuesto por la muerte haya sido necesario y saludable ─como anarquista, yo me permito detestarlo como a cualquier otro autoritarismo-; pero esto no quita que haya causado enormes sufrimientos individuales y provocado odios feroces. Si, como en la Francia de Thiers y de la Asamblea de Versalles, un gobierno fuerte y unido hubiera podido «establecer el orden», habría procedido con las formas humanas empleadas desde 1871 en Francia (lo que no impidió, no obstante, las irregularidades de la semana sangrienta). Pero el país estaba tan trastornado que la justicia remolona fue substituida por la venganza inmediata de personas significadas y de sus amigos. Todo esto es abominable, pero si alguna vez la sangre ha engendrado la sangre, la del 1919 ha engendrado en Hungría la de 1920.
La resolución de Ámsterdam, de boicotear Hungría a partir del 20 de junio, no herirá, pues, a inocentes, lo sé; pero si sus autores se figuran que con su resolución hacen un acto generoso, se equivocan. Creo que azuzan el odio entre pueblos haciendo circular exageraciones groseras; no creen ni en la centésima parte del mal que ha dicho de la Hungría de 1919, pero creen todo el mal centuplicado que se ha dicho de la de 1920. Las emprenden con el país que, después de Austria, es el país más débil, adolorido y mutilado del mundo, el más expoliado y el más aislado. No se han preocupado de ver a húngaros por centenares de miles arrancados a su país milenario para ir a parar bajo el yugo de sus enemigos vecinos, lo que creó ─con la ruina y la jornada bolchevista de 1919, período poco grato a los que no fueron bastante cobardes para aullar con los lobos─ esta mentalidad de desesperación absoluta en que los hombres se devoran unos a otros y causa un daño, no hay que ocultárselo, a nuevas víctimas. Pero ya que ni las víctimas de las autoridades de 1919 ni los sacrificados por los tratados han encontrado apoyo y sostén en Ámsterdam, ¿a qué viene formalizarse por estas cuantos víctimas de 1920? Déjenos, pues, que nos devoremos unos a otros; es el único placer que nos queda. El mundo se nos ha cerrado; desde el pan hasta el libro, pronto no podremos comprar nada; el bloqueo físico e intelectual adquiere la fuerza de una ley económica automática. Déjenos, pues, por lo menos, en paz, y no nos hablen de humanidad, de solidaridad, etc. Si rompen un vaso en pedazos, permitan a estos pedazos que se estrangulen mutuamente y no les asombre si no se aquietan de repente, con la rigidez respetable de un hombre que muere de indigestión, género de muerte conveniente y decente que aquí no podemos permitirnos. En suma, no pidan a moribundos que se mantengan correctos, no castiguen a enfermos; respeten, por lo menos, la muerte.
Estoy muy lejos de despreciar la solidaridad ofrecida. Pero los tiempos son demasiado serios y tristes para que no pidamos algo más a esta solidaridad. Habría sido posible, con igual esfuerzo, salvar a centenares de miles de húngaros sacrificados por el trabajo de 1920, y si al menor resultado posible de este género se hubiera obtenido por medio de la cooperación obrera mundial, este hecho habría rehabilitado al socialismo en Hungría, habría llevado una esperanza a todo un pueblo y encendido de nuevo el fuego sagrado, ahora apagado, de la tolerancia, del apoyo mutuo y del mutuo respeto humano. Pero ya que nadie se movió...
¿Y quién hará realmente el boicot de 1920, quién sufrirá sus consecuencias?
El día 21 de julio de 1919 fue el día de huelga general internacional para imponer la cesación de la guerra contra la Rusia revolucionaria. Aquel día Viena se pareció a un féretro: huelga absoluta. No fue lo mismo en otras partes y el resultado fue nulo.
Este 20 de junio de 1920, el boicot de Hungría no preocupa a nadie, según creo, al mundo del Oeste. En Suiza y en Alemania, según noticias del 20, se preocupan mediocremente. Pero en Viena y en Austria, les preocupa grandemente. Todos los obreros que de cerca o de lejos tienen que ver con los transportes, mercancías, etc., se impregnan de un espíritu perspicaz y desconfiado, aduanero y policíaco. Todo se hurgará, y como que en localidades anteriores pueden haber sido negligentes, se escudriñará todo nuevamente. No quiero insistir sobre las consecuencias de toda clase a que darán lugar estos procedimientos si el boicot se realiza verdaderamente. Pero precisamente esta es una de las cosas que placen a los espíritus innobles: que se les permita perjudicar impunemente al más débil, hacer acto de autoridad, divertirse en hurgar, verbalizar, decretar, pasar el tiempo en estas triquiñuelas. Es una nueva desmoralización concedida por personas de otro mundo, en Ámsterdam a una población ya degradada, víctima inocente, por todo lo que sufre desde 1918. Para un aduanero holandés, un saco de café, un tonel de manteca, no es nada; para los hambrientos de aquí es la vida y para los especuladores que están detrás de ellos es el bienestar; figúrense, pues, los probables detalles de estas manipulaciones semiautorizadas que nadie se atreve a reprimir. Y el odio húngaro las emprenderá contra este pueblo de aquí, su compañero de desgracia. Pero este odio también está decretado, este odio entre húngaros y austriacos, odio que cada reacción en Austria azuza y alimenta cuidadosamente. Porque Austria está condenada por el tratado de Saint-Germain a arrebatar a Hungría una parte vecina de lengua alemana sin consultar la voluntad de la población, problema que hasta ahora nadie ha abordado. Víctima Hungría de esta nueva expoliación y del celo que en Viena se pone en obedecer a Ámsterdam, boicoteará a su vez al Austria hambrienta y la privara de su trigo y de otros géneros; se comprarán, pues, estas cosas indispensables a América en lugar de al vecino húngaro, con gran satisfacción del capitalismo interaliado o intermundial que se ríe de todo esto tras cortina.
¡Si por lo menos el boicot húngaro, este puntillazo dado al más débil, se acompañara de algún ataque al más fuerte! La altanera Polonia hace una guerra a la Rusia revolucionaria, la cual, si sucumbe, verá en su casa un terror blanco como no pueden figurarse, y todo el mundo sabe que Polonia no es más que la fachada del capitalismo mundial. Irlanda y otros países están contenidos por una mano de hierro que nadie, salvo la voluntad internacional de los productores, es capaz de hacerle soltar la presa. Difícil será hacer valer esta voluntad en ambos casos, aunque ya se hayan intentado algunos esfuerzos aislados. Coordinen una acción de esta índole, un llamamiento parecido al esfuerzo bien intencionado por las víctimas de Hungría, y entonces se les creerá. Entonces renacerá la esperanza en los corazones más secos por esta tan grande miseria. Entonces luchando y viviendo. ¡Habéoslas, pues, con los fuertes y no con los débiles!
Si esto no sucede, ¿qué veremos aún aquí? Una agonía mayor a un pandemonium enfermizo de seudorevolución, y un autoritarismo desenfrenado al cual se agregarán la brutalidad consecutiva a la guerra y la negligencia habitual ─que, como en Hungría, permitirá a los granujas desquitarse─ durante semanas o meses para ceder luego el lugar a un terror blanco absoluto. Todo esto es poco interesante. Si Mediodía y Oeste despiertan, si por lo menos algunos gestos generosos contra los fuertes en el indicado sentido señalaran los primeros pasos de esta buena voluntad internacional, única que podría salvar al mundo, ya sería otra cosa ─se nos devolvería al mundo que ya no existe para nosotros─ para los que en Viena no somos ricos y no podemos permitirnos el lujo de las frutas y de la leche y de otras cosas que ya no existen.
Para terminar, he aquí cómo nos divertimos en Austria: En un periódico especial de Derecho (Juristiche Blacter), un abogado reclamó hace poco la autorización del suicidio por motivos de enfermedad, indigencia, etc., y si el Estado lo reconociera permitiría a los médicos entrar en funciones. Creo que la negativa del Estado a permitir que desaparezca un contribuyente impedirá que se realice este plan; pero esta socialización del suicidio sería el producto lógico de un pueblo atrofiado bajo todos sus aspectos, descomponiéndose y muriéndose en pleno centro de Europa en virtud del nuevo orden de cosas.
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Viena, 6 de Septiembre de 1920.
El partido socialista del Austria alemana y los obreros de este territorio, en general, han conquistado, sin lucha y como por arte mágica, y conservan aún, a consecuencia de los acontecimientos de octubre-noviembre 1918, el poder político y una influencia extraordinaria sobre la vida económica. Sin embargo, este inmenso aparato se mueve como una máquina trabajando en el vacío y no es capaz de inaugurar la marcha hacia un socialismo cualquiera, sin hablar aquí de un socialismo correspondiente a las menores aspiraciones libertarias. Si la miseria que hemos descrito, que pesa sobre todo el país y mina la vitalidad de todo esfuerzo, entra por mucho en ello, no faltan otras razones; se encuentran tanto en el pasado de este partido como en el carácter de los problemas presentes y los métodos para abordarlos. Como todos los países pasan o pasarán en nuestros días por situaciones nuevas, imprevistas pocos años atrás, el estudio recíproco de estas experiencias debería hacerse sobre una grande escala y seguir los ejemplos e iniciativas prácticas. Con este objeto escribo las siguientes observaciones:
La antigua Austria era no solamente un país de gobiernos reaccionarios y de vida burguesa opulenta, sazonada por la buena mesa, la música y el baile; también era un país de trabajo, industrial y agrícola, y de sentimientos progresivos bastante extendidos, que florecieron de la noche a la mañana tan pronto como el antiguo régimen quedó debilitado, comprometido, y, esperémoslo por lo menos, derribado al fin; así en 1848, 1859, 1867 y a fines de 1918. Los obreros estaban en primer término, pero les faltaba experiencia práctica de la vida política y tenían, por de pronto, el más vivo deseo de instruirse, fundando universidades populares a partir de 1867, luego un afán de mejorar las condiciones de trabajo, aunque sólo fuera de modo modesto, por medio de las sociedades de oficio y de la acción colectiva. El socialismo, utopía lejana, no les fue prometido sino después de una larga evolución que debía inaugurarse por una lucha por el sufragio universal, lucha que requirió cuarenta años, desde 1867 a 1907. Para esta se entregaban a jefes que les traicionaban: a liberales como H. Oberwinder o a clericales como H. Tauschinsky, o a gentes que mantenían una actitud correcta, pero floja y borrosa, como el estudiante proletario E. Reinthal. Hubo algunos momentos de agitación revolucionaria bien acogida, pero pronto suprimida con las persecuciones; así fue como el futuro anarquista alemán J. Most hizo sus primeras armas en Viena, en 1869, y otro revolucionario de la época, Andreas Scheu (que vive aún), durante sus viajes compañero de los blanquistas de París, sobre todo de Eduardo Vaillant, continuó la agitación de Most hasta 1873, en que tuvo que expatriarse, a partir de 1880, en fin, los obreros fueron tan maltratados por las persecuciones y las triquiñuelas gubernamentales y la ruina lánguida de sus jefes, que aceptaron con entusiasmo el socialismo revolucionario, y poco después el anarquismo preconizado por el Freiheit, de Most, en Londres y el Zukunfi (El Provenir), en la misma Viena editado. Esta propaganda no pudo hacer conocer en detalle las ideas libertarias, pero los obreros comprendieron instintivamente que ya era hora de acabar con los incesantes llamamientos al sufragio universal y a unas cuantas pequeñas reformas; desde 1882 a 1884 fueron aceptados y puestos en práctica como medios de acción la acción directa y el acto revolucionario individual. Este floreciente movimiento ─algunas manifestaciones en 1882 y en 1883 fueron las primeras y las más bellas que he presenciado─ fue aplastado por medio de enormes represalias a principios de 1884, pero continuó subterráneo, con grandes sacrificios, durante algunos años, extinguiéndose al fin por no poder hacerse escuchar y explicar a las masas. Una hoja que se hiciera circular podía costar diez o quince años de presidio, sin amnistía, mientras que los socialistas políticos podían celebrar sus reuniones y hacer circular su prensa sin riesgos apenas.
Son su ojo de médico experto, el último gran jefe de los socialistas políticos, el doctor Víctor Adler, acechó, para entrar en acción, el momento de mayor postración del movimiento obrero revolucionario, después de la represión de 1884-85. Este hombre, socialista convencido desde su juventud, que coincidía con el origen del movimiento en Austria (1867), había militado, no obstante, en el radicalismo burgués y no había abierto la boca cuando los revolucionarios tenían la palabra libre y podían defenderse. Prefirió andar en conciliábulos con unos cuantos revolucionarios menos comprometidos y cansados de una vida de persecuciones; les demostró lo quimérico de sus esperanzas, les reconcilió con los jefes de los socialistas moderados, procurando siempre no lastimar sus susceptibilidades, y de este reclutamiento de renegados, de esta mezcolanza de un socialismo ultraplatónico con fórmulas, mejor escogidas, elaboradas por la ciencia marxista, salió, a fines de 1886, el primer periódico de Adler (Gleicheit, Igualdad, nombre escogido para recordar el periódico de igual nombre de Andreas Scheu), precursor del Arbeiter-Zeitung, fundado en 1889, que hicieron la reorganización pública del partido (finales del 1888) y todo el partido socialdemócrata austriaco hasta nuestros días y aún formaron la mitad del gobierno austriaco de noviembre de 1918, siendo la otra mitad... el partido coaligado clerical, coalición que se deshizo durante este verano, lo que no es obstáculo para que unos y otros continúen siendo ministros (le son aún) a tenor de una fórmula sugerida por el hijo del mismo doctor Adler.
Este hombre, después de treinta y dos años de memorable asiduidad, había, pues, conseguido su objetivo y murió siendo ministro, jefe supremo de Ballplatz (Negocios extranjeros) del mismo Metternich (noviembre de 1918). Es verdad que no es su partido quien ha hecho una revolución en octubre-noviembre de 1918 ─ya que nadie ha hecho revolución─, pero los jefes de su partido estaban presentes cuando las carteras ministeriales estaban a disposición de quien las quisiera, lo que, en política, parece ser lo esencial. De los ahorcamientos de 1884, de las imprentas secretas en cuevas, en 1885, a la libre elección de carteras y a la cabeza de un Estado en 1918, no deja de haber algo, y este algo es obra exclusiva de V. Adler. Hasta se puede haber sido de la imprenta clandestina de 1885 y ministro a partir de 1918 o 1919, como en el caso de B. Hahermann, el ministro de Instrucción pública del Estado checoslovaco.
¿Cuáles fueron los medios de acción de Adler? Ante todo, era inteligente, sin vanidad ni ambición de cosas pequeñas, pero apasionado del verdadero poder, del poder oculto absoluto. Había hecho de la psiquiatría su especialidad, y digo sin burlas que la gloria actual del partido socialdemócrata austriaco depende íntimamente de este hecho. Un alienista sabe atravesar sin peligro una cabaña de locos, pues sabe o aprende en seguida cómo ha de conducirse con la locura particular a cada individuo. Ayudado Adler por su inteligencia y su instrucción superiores, se dio pronto cuenta magistralmente de la mentalidad especial de cada uno de los centenares y millares de jefes y subjefes obreros con que tuvo que tratar durante estos treinta y dos años, así como del estado de espíritu de las reuniones, de los grupos, de las coaliciones, también, que se formaban en contra suya. Cogía a cada uno por su lado flaco o fuerte, que sabía encontrar maravillosamente con una tolerancia y una bonachonería aparentes, como las del médico que hace charlar al enfermo para mejor estudiarle. De este modo fijaba a cada uno en el lugar que le correspondía, utilizando sus buenas o sus malas cualidades. Excelente método para cultivar un personal eficaz y tenerle contento, así como para eliminar todo lo que existía y nacía en talentos y buenas voluntades y caracteres independientes. Adler descubrió, alentó, empujó los talentos; pero no llegó un momento para estos en que tuvieron que doblegarse ante él y renunciar a su independencia intelectual, so pena de quedar inutilizados por medio de mil sutiles modos diversos. De esta manera, y de todas las generaciones de socialistas, desde 1886 a 1918, no pudo sobresalir un pensador independiente, ni una idea fue discutida y propagada en uno u otro sentido que no fuera el que Adler quería. Adler hizo escuela; había encontrado el modo de asegurar la obediencia y de eliminar los espíritus independientes hasta en las menores ramificaciones de las organizaciones. Hubo algunos individuos con talento y conocimientos, pero se les obligó a aislarse en las elevadas regiones de la metafísica marxista, donde su radicalismo teórico quedaba perfectamente inofensivo. Hubo muchas derechas e izquierdas, ensueños y ganas de un poco de acción; pero todo esto acababa siempre de la misma manera: en el Congreso en la reunión decisiva, Adler dejaba que todo el mundo hablara y al final hablaba él distribuyendo porrazos velados con elogios, diciendo a todo el mundo: «tienen mucha razón, pero no saben por dónde andan». Practicó su famoso truco de «nadar entre los escollos», a derecha y a izquierda, lo que contentaba mejor o peor a todo el mundo, ya que no había modo de luchar contra sus artimañas; el resultado eran endechas platónicas a la teoría revolucionaria y argumentos muy sutiles para que en la práctica nadie se moviera ni hiciera nada.
Para hacer justicia a V. Adler hay que agregar que puso su inteligencia y su certero golpe de vista de alienista experto al servicio de las luchas obreras contra la burocracia y la policía, los tribunales y los capitalistas, la prensa y el gobierno. La policía se permite mil cosas contra los obreros que no se atrevería a hacer contra los burgueses y que ni las autoridades mismas ni los tribunales se atreven a defender. En este terreno, Adler fue inexorable y más de mil veces demostró que, en estos litigios, los socialistas no se salían de la legalidad y que la policía o la burocracia violaban la ley. No hablaba sino cuando estaba seguro del asunto y su sarcasmo dejaba muy mal paradas la vanidad y la incompetencia de los ministros y de los altos funcionarios. Estos le tenían miedo a él y a los suyos y a menudo les dejaban tranquilos. Esto contribuyó de modo enorme al aumento numérico de la socialdemocracia, que estos mismos funcionarios habían antaño, cuando les convino, perseguido como sociedad secreta o como sectarios de teorías «prohibidas». Esta defensa de la libertad individual del obrero, acompañada de varias pequeñas reformas olvidadas hasta entonces y sobre las cuales Adler, como médico e higienista, sabía muy bien insistir, reanimó el espíritu de muchas categorías de obreros, deprimidas hasta entonces por una ruina secular opresiva. Pero miraba de cerca, se ve que esta táctica ancla el partido en la legalidad, que se dejaba, como todo el mundo hacía, de lado, sin desafiarla jamás públicamente. Tal vez Adler tenía alguna razón legal valedera superior en reserva. De ahí que todos los sub-Adler se aferraran a la ley y hallaran placer en ello, hasta el punto que de las leyes no veían lo odioso sino cuando se empleaban contra ellos. Puede figurarse que estas permanentes argucias no crearon rebeldes, sino buenas gentes que se sentían perfectamente capaces de gobernar y no deseaban otra cosa. Hasta tenían la idea luminosa y muy sincera de que si ellos ocupaban las poltronas ministeriales y los altos cargos de las oficinas inferiores, equivaldría a la revolución social y que, si el mundo permaneciera tranquilo y respetara su autoridad, el socialismo no tardaría en ser un hecho.
La eliminación de los espíritus independientes y la creación de un personal de «mentalidad disciplinada y burocrática» que dice: el Estado es nosotros, la humanidad es nosotros, como antes decían el partido es nosotros, son pesos retrógrados que se añaden a numerosos otros pesos que gravitan sobre los que formarán el Austria de 1920.
Para completar este análisis de estos mismos treinta años que precedieron a 1918, el partido clerical, oculto bajo la máscara de «cristianismo social» o antisemitismo, aniquiló o poco menos a los liberales de Viena y así pudo conquistar el municipio, que gobernó y explotó durante los veinte últimos años de este período. Los manejos odiosos y persecutorios (por ejemplo, contra los profesores que no querían doblar la rodilla; el presidente actual, Seitz, es uno de los que fueron destituidos) fueron muy bien combatidos por los socialistas; pero como esta lucha no tenía más miras que las elecciones municipales y fue obstaculizada por un sistema electoral censatario, se trataba, pues de conquistar los votos de gran número de indiferentes y hasta de reaccionarios a fin de conquistar el municipio, cosa que fue facilísima en 1919 gracias al sufragio universal municipal. Nadie sospechaba este éxito, ni esta lucha, llevada de modo muy bajo por los antisemitas, lo que hizo bajar también el nivel de la socialdemocracia local, que se manchó verdaderamente con este contacto de insultos y groserías con vistas a la galería electoral. A medida que aumentaron los éxitos del partido, se aumentó también con un nuevo personal sediento de las gangas que los municipios proporcionan: entró en el municipio en 1919 y el problema que actualmente discuten es saber si la municipalidad y sus empresas estaban arruinadas antes de aquella victoria o si se arruinaron después. Regocijante.
Adler tuvo demasiado tacto para ir a mezclarse con estas cosas locales, y aun en el parlamento entró relativamente tarde. Dijo siempre lo que tuvo que decir a la burguesía, pero no pudo jamás conseguir que la burguesía le tomara realmente en serio. Conocía ésta muy bien el miedo de Adler a los riesgos de una lucha prematura que habría podido hacer perder al partido la posición privilegiada que le había procurado su táctica de astucias. Como que creía que Austria duraría tanto como Francisco José ─y ha durado─, estaba segura de que el socialismo sería inofensivo, que no haría nunca nada, fuera de la acción parlamentaria y sindicalista moderada, mientras viviera Adler, y así fue. Esto ha proporcionado a este extraño socialismo hasta simpatías burguesas y no le faltaron burócratas admiradores. El sindicalismo, la anarquía, la acción directa, la huelga general, etc., todo esto estaba aún lejos de este vetusto país que tenía una socialdemocracia tan domesticada.
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Para terminar, abordaré la cuestión de las nacionalidades. Esta cuestión no existía, al principio, para la socialdemocracia austriaca de lengua alemana, es decir, que profesando el respeto a todo el mundo y el internacionalismo, comprendía que los patriotas, los patrioteros y los nacionalistas eran sus enemigos naturales como lo son los clericales y los burgueses. Trabajadores de distinto idioma trabajaban unos al lado de otros en armonía perfecta y en los movimientos obraban de acuerdo. En tiempos de los anarquistas la Zukunft alemana y las Delnické Listy tchecas se publicaron en Viena en la misma imprenta, sufrieron unas mismas persecuciones y una muerte común. Los socialdemócratas de Adler continuaban sus relaciones fraternales con los polacos, ruthenos, slovacos, italianos, etc. El Congreso de todas estas organizaciones nacionales, celebrado en Brün (Moravia) en 1899, adoptó un programa reclamando la autonomía de las nacionalidades como base de la organización de la entera Austria, idea sobre la cual los doctores Renner y Otto Bauer hicieron después aparecer estudios. El nacionalismo tcheco fue quien primero insistió sobre la separación de los obreros en organizaciones nacionales, imponiendo así la necesidad de doblar el aparato organizador, la burocracia obrera, a menudo en sus menores detalles, y como una parte de los tchecos se había vuelto nacionalista a todo trance, mientras una minoría continuó siendo durante algún tiempo «germanófila», hubo a veces tres organizaciones en lugar de una. Es de una evidencia palpable que estas nuevas burocracias, una vez establecidas, no tuvieron más que un solo deseo, el de continuar y extenderse, lo cual impidió toda coalición que habría inutilizado algunos secretarios y redactores. El doctor Adler lo sacrificó casi todo a concesiones a este nacionalismo a fin de conservar la unidad del partido, pero fue importante contra las seducciones del nacionalismo, que destrozó la unión de la lucha proletaria como en noviembre de 1918 destrozó la unidad económica secular de todo el país. Pero a pesar de estas desilusiones, Adler no permitió a su partido que hiciera la menor concesión a un nacionalismo alemán, y cuando en 1914 estalló la guerra, socialistas y burgueses de lengua alemana andaban a la greña sobre el terreno nacional, mientras que los socialistas de las demás naciones estaban ya a disposición de la burguesía de su país sobre las cuestiones de defensa y de agresión nacionales.
La guerra encontró la repugnancia y el pesimismo absoluto del partido socialista, pero cuando la avalancha de los cosacos de Nicolás se puso en camino de Viena y de Budapest, es evidente que se defendió como habría hecho en cualquier otro país. Adler previó sin duda el enorme agotamiento de la burguesía debido a la guerra y que los acontecimientos serían beneficiosos para su partido si sabía esperar y no se gastaba antes de tiempo en una acción revolucionaria cualquiera de la que no tenía ninguna experiencia. Contuvo, pues, todas las impaciencias y permitió a una fracción «izquierda», dirigida por su hijo Fritz Adler, reunir y canalizar, por así decir, los espíritus más ardientes. Sabido es que en octubre de 1916 Fritz Adler mató al ministro más significado, el conde Stürgkh. No discuto los aspectos de este acto (el autor repudió toda afinidad con los actos anarquistas); ni fue seguido de una rebelión ni de una represión seria, lo que demostró que no había elementos revolucionarios y que el viejo régimen, minado y debilitado, no podía aguantarse y se caía a marchas vistas. El viejo Adler sabía esto de antemano, sin este experimento, y no juzgó oportuno evidenciar la impotencia revolucionaria de su partido con semejante gesto ruidoso. Los movimientos huelguistas de principios de 1918 que debían pesar sobre las deliberaciones de la paz rusa en Brest-Litovsk, señalaban un descontento creciente, pero también igual ausencia de espíritu y de poder revolucionario que en 1916.
Vinieron septiembre, octubre y noviembre de 1918. Por el manifiesto del emperador Carlos (28 octubre), las nacionalidades de Austria fueron invitadas a constituirse en organismos separados, lo que hicieron inmediatamente con una intensidad que probablemente el ex emperador no esperaba, pero ya no tenía fuerza para alzar la voz ni tampoco nadie la levantó contra él. Los acontecimientos se precipitaron entonces un poco, pero revolución no hubo nunca.
Esta separación de las nacionalidades en el momento del derrumbe de la monarquía y de la terminación de la guerra habría podido pasar sin dificultades en noviembre de 1918 y así se comprendió en Viena. Pero las otras nacionalidades, después de siglos de vida económica común y cuatro años de guerra en común, se declararon enemigas vencedoras de pronto y esto durante el armisticio, cuando el ejército de lengua alemana se había desbandado. Entonces arrancaron cuatro de los diez millones de austriacos de lengua alemana y territorios ricos en agricultura, industria y productos del subsuelo. A excepción del desmembramiento de Carinthia, donde hubo la única resistencia armada alemana y del tratado de octubre que decretó el voto popular, todas las demás anexiones fueron confirmadas por el tratado de la paz, y los seis millones, Viena y los países alpinos, quedaron rodeados, a partir de noviembre 1918, por estas nuevas fronteras que aportaron el hambre y el frío, la ruina y la miseria que todos sabemos.
Esta situación terrible, en un momento en que se había creído que al final de la guerra los odios desaparecerían como la nieve ante el sol primaveral, fue para unos el principio de un martirio, si no de una agonía, y para otros, monopolistas y hombres de negocios, políticos y jefecillos políticos, ocasión de abundante e inesperada cosecha.
Los únicos partidos vigorosos son obreros y campesinos (éstos últimos clericales y antisocialistas); burgueses y funcionarios de provincias, no clericales, pero bastante antisemitas, son el único otro partido de importancia que queda. El verdadero capitalismo tiene una representación mínima, consecuencia tangible del hecho que los distritos industriales alemanes en Bohemia han quedado anexionados al Estado checoeslovaco. Según las elecciones de febrero 1919, socialistas y clericales forman, pues, una coalición y se reparten el poder. En verano de 1920, en vista de las nuevas elecciones, esta coalición se rompió, lo que, a tenor del método local, quiere decir que todos poco más o menos continúan siendo ministros y gobernando juntos, a pesar de haber reñido oficialmente, según una ingeniosa fórmula inventada por el hijo del doctor Adler, que es el hombre de las soluciones matemáticas, debido a sus especiales estudios y no psicólogos como su padre, muerto en 1918, después de haber sido durante unos días ministro.
El partido socialdemócrata sufre el impulso del partido comunista, surgido, en noviembre de 1918, de esta «izquierda» que poquito a poco se había ido formando en el partido socialista oficial. Se habría podido creer que hombres emancipados de la dictadura intelectual de Adler padre y Adler hijo estarían satisfechos de respirar el aire de la libertad, que se aproximarían al sindicalismo y al anarquismo (no del todo desconocido en Austria, pero que no han podido dejar sentir su influencia en las grandes evoluciones públicas de que hablo). Nada de esto hubo. Mantienen para estas ideas el mismo desprecio altanero y ridículo que treinta años de Kautsky en teoría y de Adler en práctica les han enseñado. Si se desembarazan de Kautsky es para buscar la dictadura del proletariado en los rincones y rinconcejos de algunos viejos escritos de Karl Marx... como si Karl Marx, ante tantos fenómenos nuevos, hubiera sido capaz de abdicar toda reflexión y de hurgar en lo que hubiera escrito sobre semejantes temas cuarenta años atrás.
Pronto Lenin y Bela-Kun fueron sus Kautsky y Adler, pensando por ellos. Es raro y triste ver esta esterilidad mental, esta abdicación de la inteligencia ante fórmulas, sean teóricas o prácticas (y es dudoso), para países y situaciones tan diferentes, esta negación sistemática de la libertad de este partido tan bullicioso compuesto de hombres jóvenes en apariencia pero condenados a un autoritarismo que tiene todo el aire de la edad de la piedra.
Y no data más que de treinta años de socialdemocracia y de cuatro años de guerra. De la eliminación sistemática «en interés del partido» de los «indisciplinados», de los espíritus libertarios; del ejemplo de la dictadura militar y estatista y de la organización industrial durante la guerra, han salido esta sed del poder, este desprecio de la libertad, esta glorificación de la dictadura que cada adepto quisiera ejercer. Todo el arsenal intelectual de este partido proviene de su anterior servidumbre socialdemócrata, que le preparó para ser deslumbrado y no para asquearse de las grandes operaciones autoritarias durante la guerra. Y no sabe salir ya de este círculo vicioso: continúa haciendo «comunismo de guerra».
No obstante, perturba el festín de la social democracia reinante, que está muy bien predispuesta a continuar el manejo actual. Veamos cómo pasan las cosas.
Pertenecen al partido socialista una buena mitad de carteras ministeriales (llamadas secretariados de Estado), el municipio de Viena y muchos otros más. Las instituciones sociales están muy desarrolladas en Austria y actualmente aún se procura extenderlas y reformarlas en una dirección popular. Hay, pues, una infinidad de socialistas colocados en estas numerosas posiciones electorales o burocráticas y forman un bloque gubernamental muy sólido.
Al lado de esto hay los consejeros obreros, los consejeros de talleres, los consejeros de inválidos y de soldados y otras variedades, a los cuales los antisocialistas han agregado los consejeros burgueses y campesinos. Es un reflejo del sovietismo que data de los primeros días de la República y que subsiste todavía aunque haya perdido el encanto de la novedad y vea cerrarse el porvenir ante él.
Mientras se trate de funciones sociales netamente definidas, como la de representantes obreros e intermediarios entre obreros y patronos, etc., este sistema funciona a satisfacción y contenta a muchos descontentos. Pero la primera categoría de estos consejeros, los consejeros obreros por excelencia, no desempeñan funciones tan precisas, pero pretende, más o menos, ser el embrión del sovietismo o el verdadero soviet, y esto no marcha sin lucha, hasta en Austria. Los obreros de todas las opiniones son los llamados a elegirles, pero únicamente pueden ser elegidos los miembros de los partidos socialista y comunista; hay, pues, el «candidato imperativo», verdadero preludio de la negación del sistema democrático, negación no en dirección de la libertad, sino en la del absolutismo, de la dictadura. Así, pues, este sistema debuta por una negación del derecho de los indiferentes, sean reaccionarios, radicales o libertarios. Curioso sistema este que prohíbe a los no-socialistas escoger un candidato de un partido a quien conozcan, y que les permite escoger entre candidatos socialistas de matices diferentes que no conocen o que les son indiferentes.
Los miembros elegidos de este modo no son un organismo públicamente reconocido, salvo que se les encuentre un empleo en experimentos sociales, o en medidas relativas a los víveres, alojamiento, etc. Pero esto no les ha impedido arrojarse, o poco menos, todas las funciones, mientras se les ha dejado hacer. Hay individuos que se figuran ser verdaderos «comisarios del pueblo» o «delegados del común»; otros hay más modestos que se contentan con alguna intervención útil. El gobierno les deja hacer mientras no pueda desautorizarles. Son unos adoradores fanáticos de una autoridad que ellos solos se reconocen; para unos son el buen Dios, para otros son tiranos locales, otros dicen: con tal que no me molesten, que se diviertan. En realidad, esto es aún un recuerdo del ejército ─los primeros peldaños de la escala militar y de la buena educación socialista del doctor Adler─ el semillero de los futuros subjefes y jefes de la jerarquía socialista. El doctor F. Adler preside el consejo obrero de Viena, en el que hay los socialistas viejos, los comunistas y un matiz que ni es carne ni pescado; en suma, un parlamento, con mayoría y minoría, precisamente lo que quería abolirse con este sistema.
Si fuera más serio, lo diría con agrado. Cuando el ejército rojo de Rusia avanza, estos consejeros sienten que su importancia crece y ponen cara hosca; si este ejército retrocede, se vuelven corderitos. Lo más triste es que hay muchas buenas voluntades que, por ignorancia sobre todo, se gastan y agostan en estos infantilismos, en estas imitaciones. Y es porque este país, cansado y hambriento física y mentalmente, no puede producir en la actualidad nada que sea bueno, ni siquiera una buena lucha, ni esta preparación calmosa y razonada de esta lucha que, según creo, se efectúa en los demás países que no pasan por esta crisis; pero queriendo a pesar de todo ejercer solidaridad, este país produce este espectáculo, regocijante por sus pretensiones, pero muy triste en el fondo, que constituye asimismo una de las memorables miserias del Austria del armisticio y de la paz.
Digamos aún unas cuantas palabras sobre la socialización, el camino hacia el socialismo, que los socialistas del gobierno preconizan e intentan practicar. Son unas cuantas medidas con las cuales se cortan unas cuantas cabezas de la hidra capitalista sin lastimar, empero, lo más mínimo, su cuello. El capitalismo, arrojado de un sitio, se refugia en otro, y el juego recomienza. La carestía y la falta de víveres han consolidado de tal modo el monopolio agrario, que ni un solo socialista, ni siquiera en Rusia, se atreve a tocarlo. La base misma de la vida humana, el alimento, en esta edad de socialismo y de bolcheviquismo, escapa, pues, más que nunca en la historia del mundo, a la intervención social, a la solidaridad más elemental y se convierte en foco del individualismo exclusivo y feroz de los campesinos y de la especulación desenfrenada en las ciudades. Me parece, pues, que el socialismo es una de estas cosas que no se pueden realizar sino en conjunto, de un solo empujón, cerrando todas las salidas, y no por las pequeñas etapas de los que quieren tener consideración a las coles y a las cabras que se las comen. La socialización tal como hoy se efectúa no pasa de ser una medida fiscal que arroja el patrimonio de la sociedad al abismo del régimen de fraude de nuestros días. Acaso esté tan cercano el tiempo de la verdadera toma de posesión social de la riqueza, que ya nada debe confiarse a los Estados actuales. La iniciativa de los obreros metalúrgicos en Italia es un paso en una dirección bien diferente de la actual, y me parece la mejor.
Los resultados del régimen socialista en Austria son, pues, bien pobres, pero no podían ser de otro modo. Si para una planta, una animal o un hombre se necesitan condiciones eugénicas de creación, es decir, las mejores condiciones posibles, ¿como no va a ser necesario lo mismo para la creación de un socialismo viable que no puede crecer sobre un terreno agotado y envenenado por una guerra larga y dura?
Las privaciones demasiado grandes crean un rebajamiento moral y una codicia física, y esto conduce rectamente a un individualismo feroz que, con el ejemplo de la guerra, se sirve de la acción colectiva. Y la dictadura estatista y militar transforma la necesidad de libertad en sed de autoridad.
La gran enseñanza mundial de todo lo que ocurre desde 1917 es verdaderamente como sigue: que un socialismo de azar, desencadenado en no importa cuáles condiciones, no es bastante bueno para vivir y realizar su gran objetivo. El trabajo que hay que tomarse y los cuidados que tienen que prodigarse son más grandes de lo que nos pensábamos, pero el resultado también sería más bello, ya que el socialismo autoritario parece que tendrá que descartarse para siempre y la autoridad quedará vencida por sus propios yerros de la guerra y por su incompetencia en el consiguiente socialismo. Se producirá, pues, a no tardar, un socialismo completo impregnado de libertad y que tendrá por base una humanidad desembarazada de la pesadilla de nuestros tiempos. Este socialismo nacerá en condiciones eugénicas que tenemos que ir preparando. Acaso nazca pronto, pues la historia camina rápida en nuestros días, y el impulso que todos estos tristes acontecimientos han provocado (el único bien que nos han hecho) no se detendrá ya más.