Título: Kafka y el anarquismo
Fecha: 1968
Temas: Anarquismo Literatura
Notas: Nota: Este artículo se publicó en lengua yídish en el periódico anarquista neoyorquino Freie Arbeiter Stime (entre el 15-I-67 y el 15-I-68); aprovechamos la traducción de G. R. publicada en la revista bonaerense Reconstruir (julio-agosto 1968).
Fuente: Recuperado el 26 de marzo de 2013 Tierra y LibertadEl problema de la dimensión política en los escritos de Kafka como una cuestión metafísica y psicológica separada, ha sido descuidado por sus biógrafos y críticos. La mayoría de ellos recuerda sus relaciones con los círculos anarquistas de Praga, sin atribuirle significado alguno. Por otra parte, numerosos comentaristas reconocen que uno de los temas fundamentales de la obra de Kafka es la lucha del hombre contra la máquina burocrática en sus múltiples aspectos.
Hurgando en el contenido de sus principales obras y a la luz de su biografía, que es testimonio de su simpatía hacia las agrupaciones anarquistas, se puede encontrar una relación que arroja nueva luz sobre su mundo espiritual. Por supuesto que esta relación «política» es fragmentaria: el mundo de Kafka es mucho más rico, más complejo y más polifacético como para que se lo pueda trasmitir en una fórmula condensada, aislada.
De la época en que Kafka comienza a trabajar en la Caja de Seguros para Obreros datan sus contactos con los círculos anarquistas o para-anarquistas de Praga.
Según las referencias de Mijal Kasha, uno de los fundadores del movimiento anarquista en Praga, y de Mijal Mares, en aquel entonces un jovencito anarquista, Kafka participó en las reuniones anarquistas del «Mlodite Club», de la organización antimilitarista y anticlerical de la asociación obrera «Viles Kerber»; participó también en el movimiento anarcosindicalista checo. Ambos testigos concuerdan en que Kafka mostraba gran interés por lo que se discutía en las reuniones, pero nunca pidió la palabra ni participó de los debates. Kasha, que lo estimaba muchísimo, solía llamado «Klidos», que significa algo así como «el gigante pacífico».
Mijal Mares cuenta que, invitado por él, Kafka asistió a reuniones y conferencias anarquistas. La primera de ellas fue una manifestación de protesta por la sentencia de muerte al pensador y educador anarquista español Francisco Ferrer. Kafka participó en la reunión que fue disuelta por la policía.
En el año 1912 Kafka participó también en la manifestación que se realizó como protesta contra la imposición de la pena de muerte al anarquista Liabedz en París. La demostración fue violentamente disuelta por la policía. Entre los detenidos en aquella oportunidad se encontraba también Kafka.
Mares cuenta que Kafka leía con interés y simpatía los escritos de los diversos teóricos y expositores anarquista s como Domela Niewenhuis, los hermanos Reclus, Vera, Finger, Bakunin, Jean Grave, Kropotkin, por ejemplo.
Existen otros dos testimonios de las inclinaciones antiautoritarias de Kafka y de su simpatía por los trabajadores oprimidos. En su conocida creación «Carta al padre» (1919) califica la actitud de su progenitor en el comercio como tiránica y lo acusa con las siguientes palabras:
«A tus empleados los llamabas ‘enemigos pagados’; y lo eran, pero aún antes de que lo fuesen tú me parecías ser su enemigo que paga. (...) Es verdad que exageraba, ya que sin más suponía que causabas a esa gente una impresión tan terrible como a mí. (...) Pero a mí se me hacía insoportable el negocio, me recordaba demasiado mi relación contigo. (...) Por eso, necesariamente tenía que pertenecer yo al partido del personal».
Aquí encontramos un nexo entre la rebeldía frente al dominio paterno y la rebeldía anarquista ante la fuerza económico-política imperante.
Es bien conocido el profundo odio que Kafka sentía hacia su trabajo en la compañía de seguros, a la que tildaba de «nido de oscuros burócratas». No podía soportar el sufrimiento de los obreros perjudicados y de sus desgraciadas viudas, que eran introducidas en el laberinto jurídico-burocrático de la Caja de Seguros Obreros. La frecuentemente citada frase, mencionada por Max Brod, es una aguda y sugerente expresión de su manera de pensar: «Qué mansa es la gente; llegan a nosotros con sus súplicas, en lugar de tomar la oficina por asalto y destruirla, nos vienen a pedir misericordia». El espíritu anarquista de esta frase — bajo la cual Bakunin agradecido estamparía su firma — es lo suficientemente claro como para recordarnos la posición de Kafka frente a las instituciones democráticas.
Max Brod dice que la estructura realista de muchos capítulos de «El Proceso» y «El Castillo» tienen su origen en la oficina de seguros. Está fuera de toda duda que este trabajo burocrático y la rebeldía de Kafka constituyen una de las fuentes del espíritu libertario que traslucen sus escritos.
¿Constituye la tendencia anarquista en la vida de Kafka una pasajera expresión juvenil limitada a los años 1909-1912? Es cierto que después de 1912 Kafka dejó de participar en sus actividades con los anarquistas checos y comenzó a demostrar un interés mayor por los círculos judíos y sionistas. Pero debemos recordar sus charlas con G. Janusz, allá por el año 1920, no sólo porque llama a los anarquistas checos «queridas y alegres personas (...) tan cariñosas y fraternales que casi a la fuerza creemos en sus palabras», sino porque las opiniones sociales y políticas que desarrolla están muy cerca del anarquismo. Así, comenta con Janusz la no admisión de los poetas en la República de Platón: «Los poetas proveen al hombre de nuevos ojos y de esta manera intentan introducir una modificación en el mundo real. Por esoson elementos peligrosos para el Estado, porque reclaman transformaciones. Pero el Estado y sus fieles servidores tienen una sola y excluyente voluntad: permanecer». Hay que interpretar que Kafka se considera él mismo como uno de esos poetas que hace peligrar la permanencia del Estado.
Kafka define al capitalismo como un «sistema dependiente de relaciones en que todo tiene jerarquía, todo está encadenado». Este es un pensamiento típicamente anarquista en el que se subraya el carácter opresor y esclavista del régimen vigente.
Su actitud escéptica frente al movimiento obrero es también una consecuencia de la desconfianza que los anarquistas han demostrado frente a los partidos políticos y sus instituciones.
En una oportunidad se encontró frente a una manifestación obrera que portaba banderas y pancartas; su comentario a Janusz fue el siguiente: «Esta gente está tan segura de sí misma, tan convencida de su justicia. Dominan la calle y piensan que son los poderosos del mundo. Pero están equivocados: detrás de ellos están preparados los secretarios, los funcionarios, los políticos profesionales, todos estos modernos sultanes a quienes ellos preparan el camino del poder. (...) La rebeldía se evapora y sólo queda el barro de la nueva burocracia. La soga de la torturada humanidad está trenzada con los papeles de la burocracia».
Sería extraño e incomprensible que las ideas políticas de Kafka no tuvieran influencia sobre sus escritos porque sustancialmente el estrato anarquista es uno de los signos centrales de sus grandes creaciones, cuentos, relatos y alegorías.
De sus tres novelas más conocidas, «América» es la que está menos influida por sus ideas libertarias. Sólo dos pasajes son una excepció en este sentido, pasajes en los que se expresa la analogía entre el autoritario grupo de oficiales de la marina, funcionarios y representantes estatales, y el obrero que se queja por alguna injusticia. Kafka mismo describe este estado como «los sufrimientos de un pobre hombre que es oprimido por los poderosos». La misma circunstancia aflora en su «Lámparas nuevas», un hecho que sirve siempre como desmostración de las inquietudes sociales de Kafka. En este relato hace un paralelo entre el abatido delegado de los obreros mineros, que viene a quejarse de las lámparas que no funcionan y el «gentleman» de la administración que se burla de su justa demanda. La profunda oposición entre el astuto sector superior y la clase baja de la galería es la característica fundamental en este relato. Otro hecho del mismo género encontramos en sus «Diarios». El administrador de una compañía de seguros (similar a la conocida por Kafka) echa, humillándolo, a un pobre obrero enfermo y desocupado que va en busca de empleo. Toda la alharaca de las elecciones norteamericanas son calificadas por Karl Rossman como una gran parodia, a la luz de la desconfianza anarquista en el sisterna electoral.
En su segunda novela, «El Proceso», surge el problema de la burocracia autoritaria como uno de los temas fundamentales de la obra. Es cierto que en «El Proceso» está subrayada la parte burocrático-jurídica del aparato estatal, antes que la político-militar, que los anarquistas más combaten. Este hecho puede ser fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que Kafka mismo fue un burócrata de la justicia, trabajo que le producía náuseas.
Josep K., la candorosa víctima de «El Proceso» es detenido una mañana y nadie puede explicarle la causa de su arresto. Es juzgado en un tribunal en el que no se le permite apelar a los jueces de suprema instancia; que no reconoce la defensa, aunque la tolera en parte; sus decisiones resultan incomprensibles; los jueces no se dejan conocer, pronunciándose al final por un fallo que ordena: «muera como un perro».
La posición de Kafka frente a las leyes de Estado surge claramente en su relato «El problema de nuestras leyes». Aquí describe un pueblo dominado por un pequeño grupo de aristócratas que guardan en secreto las leyes cuya misma existencia está puesta en duda. La observación cuasi-anarquista de Kafka es: «Si surgiera un partido que diera por tierra no sólo con cada creencia y cada ley sino también con la aristocracia, entonces todo el pueblo lo apoyaría».
La falta de leyes es suplantada en «El Proceso» por la presencia de una poderosa organización jurídica que Joseph K. critica con indignación: «Una organización que no sólo se vale de corruptos funcionarios, inspectores imbéciles y jueces inquisidores — que en el mejor de los casos son moderados — sino que incluso el jefe máximo de la jerarquía jurídica se sirve de toda una caterva de servidores, funcionarios, policías y demás ayudantes. Tampoco me abstendré de decirle a esta poderosa organización ¡verdugos! qué significa, señores míos, que personas que son jurídicamente inocentes son detenidas haciéndoselas objeto de investigaciones absurdas».
«El Proceso» describe la máquina legal desde el punto de vista de las víctimas, los hombres humildes y sumisos: una jerarquía burocrática, absurda y de dura cerviz que no sabe de misericordias.
En «El Castillo» Kafka se ocupa directamente del problema del Estado, la burocracia. El país que describe es una veraz versión de la cruda realidad, que conoció y vivió en el Imperio austro-húngaro.
«El Castillo» opone la fuerza, el poder y el Estado al pueblo, que tiene su símbolo en la aldea. Este castillo es pintado y representado como algo extraño, hostil, que no permite su comprensión; constituye una especie de lejana y caprichosa fuerza que gobierna al pueblo por medio de una tortuosa jerarquía de burócratas de comportamiento absurdo, incomprensible, cursi.
En el capítulo V, Kafka nos describe una parodia tragicómica del mundo burocrático; la turbación «oficial» que el autor define como ridícula alarma. La absurda lógica interior de esta idea se descubre en toda su desnudez en las siguientes palabras del alcalde: «¿Que si hay oficinas de control? Hay solamente oficinas de control. Cierto que no están destinadas a descubrir fallos en el sentido bruto de esta palabra, puesto que tales fallos no se producen, y aun cuando alguna vez se produce un fallo, como en el caso suyo, ¿qién podría decir definitivamente que es un fallo?» El alcalde de la ciudad nos recuerda que todo el aparato burocrático está constituido tan sólo por oficinas que se controlan unas a otras... pero en seguida agrega que en la práctica no hay nada que necesite de un control. Por lo tanto, errores serios no se encuentran. Cada oración niega la anterior, y en resumen se demuestra la estupidez oficial.
En el ínterin algo crece, se extiende e inunda; papeles, papeles de oficina (como se expresa Kafka) con los que está trenzada la soga de la torturada humahidad. Un mar de papeles colma la oficina de Sordini.
Pero la culminación de la alienación burocrática se traduce en las palabras del alcalde que califica al aparato oficial como «una máquina autónoma que funciona por sí misma». Aquí Kafka trata el íntimo y más inhumano de los contenidos de la concepción burocrática: el proceso de alienación que transforma una estructura de relaciones humanas en un objeto petrificado, en una máquina ciega.
En «El Castillo» alude Kafka a la frecuente duplicidad de una serie de héroes. Klam, por ejemplo, se parece a un águila cuando se lo observa en sus funciones oficiales pero cuando este poderoso representante del castillo es visto a través del ojo de la cerradura, se nos aparece como cualquier otro burócrata: de estatura mediana, gordo, fumando y bebiendo cerveza, con bigotes en punta y gafas. Así se nos revela el mismo castillo: por fuera impenetrable, todopoderoso, pero mirado de cerca se ve que sufre no menos desgracias que la aldea.
El lado corrupto y feo del poder del castillo, surge de la lectura del capítulo Sordini-Amalia: la expulsión de la virginal muchacha, que no acepta las proposiciones deshonrosas del funcionario.
La propensión de Kafka a descubrir el rostro de la pequeñez, la mediocridad y la inmoralidad que están tras la magnífica fachada del Estado, tiene también su expresión en otros escritos. En «El Proceso» nos pinta a un juez que ocupa con descaro su estrado judicial, pero por las declaraciones de Leni nos enteramos de que en realidad está sentado sobre un simple banquillo de cocina cubierto por una vieja manta; el antiguo y respetado Código en el vacío recinto de justicia resulta ser una colección de fotografías de relatos pornográficos. El mismo motivo lo encontramos en una cantidad de retratos de Kafka, como por ejemplo «Poseidón»; en éste el dios del mar se nos aparece como un burócraata mediocre, que sentado a su mesa de trabajo se dedica a efectuar simples operaciones de aritmética.
«El Castillo» trata el problema de la impotencia del hombre frente a la diabólica farsa, a la pedantesca, a la complicada, brutal y ridícula táctica del omnipotente aparato de gobierno. No sólo Kafka, como un extraño y un «perturbador», sino todos los que protestan contra el poder son triturados sin misericordia por la «máquina», no por medio de un golpe mortal directo sino con lentitud, indirectamente y con astucia, absorbiéndoles la médula de sus huesos. En esta novela se ataca al poder político y burocrático como tal. Igual que los pensadores anarquistas, no critica una forma determinada de Estado sino su esencial y universal contenido y significado: el poder institucional jerárquico.
Pero este análisis de «El Castillo» y «El Proceso» puede ser considerado como parcial si no agregamos que la actitud de Kafka y de Joseph K. frente a la autoridad no consiste sólo en una pura rebeldía; encontramos también en esta actitud cierta reverencia temerosa, es un esfuerzo por ser reconocido. Esta situación ambivalente la encontramos en la actitud de Kafka frente al padre y en su relación con la misma autoridad divina.
Entre los relatos cortos de Kafka el más significativo desde el punto de vista político es «En la colonia penitenciaria»: un vigoroso grito de protesta contra la bestial autoridad y la falsa y extraña justicia.
Con frecuencia se ha opinado que a través de este relato previó los campos de concentración nazis. Pero Kafka pintó una determinada realidad de su época: el colonialismo francés. Los comandantes y oficiales de la prisión son franceses que «no quieren olvidar su hogar»; los sumisos soldados, los obreros-peones y la víctima condenada a muerte, son nativos que «no entienden una palabra de francés». Kafka introduce el trasfondo colonial para subrayar la brutalidad de determinados gobernantes. Este poder autoritario es más brutal que el que encontramos en «El Castillo» y «El Proceso».
En su obra «En la colonia penitenciaria» Kafka nos habla de la cruel venganza de un poder iracundo. Un desgraciado conscripto es condenado a muerte por no cumplir con las órdenes y por faltarle el respeto a sus superiores. Fue encontrado en falta en un irrisorio deber: saludar cada hora de la noche la puerta de su cuarto; al recibir de su capitán un fustazo en la cara, tiene este soldado la osadía de rebelarse contra la autoridad, y faltando toda responsabilidad de defensa de acuerdo con el reglamento de disciplina de los oficiales, es condenado a morir por medio de una máquina de tortura que graba en su cuerpo: «¡Respeta a los que están delante de ti!» Pero esto no es lo esencial de su relato, pues si tan sólo fuera ése el contenido no habría diferencia alguna entre el relato de Kafka y centenares de otros relatos sobre presidios y correccionales. La figura central de «En la colonia penitenciaria» no es el investigador ni el penado, el oficial o el comandante sino la máquina.
El relato gira alrededor de la máquina infernal, su origen, su papel y su significado. La máquina, según las palabras del oficial, se convierte con el tiempo en un fin en sí misma. La máquina no existe para infligir el castigo al hombre, sino que el hombre está destinado a la máquina, para servirle como alimento, con su cuerpo, a fin de que pueda grabar sobre él un estético texto con letras de sangre, decorado con flores y otros ornamentos. Hasta el oficial sirve a la máquina pues al final cae él mismo víctima del Moloch que no satisface su hambre.
Kafka vuelve nuevamente a las raíces del problema: el proceso de alienación que convierte al objeto, a la creación humana, en un amo opresor, autónomo y extraño. La máquina domina al hombre y lo destruye en vez de prestarle ayuda y servirle.
¿A qué máquina devoradora de víctimas propiciatorias se refería Kafka? El relato «En la colonia penitenciaria» fue escrito en octubre de 1914, tres meses después del estallido de la Primera Guerra Mundial.