Título: Insistiendo

Autor(es): Teresa Claramunt

Fecha: 1905

Temas: Anarquismo

Notas: Publicado originalmente en El Productor, Barcelona, 24 de junio de 1905. Extraído desde «Teresa Claramunt, la virgen roja barcelonesa».

Fuente: Recuperado el 16 de septiembre de 2014 desde viruseditorial.net

Teresa Claramunt

Insistiendo

No, no considero conveniente dejar de insistir en la cuestión que con el epígrafe de «Anarquistas meditemos» expuse en las columnas de este periódico la semana pasada. Su trascendencia es de tanto alcance, que no concibo pueda desenvolverse en todos sus necesarios términos en los reducidos límites de un artículo. Por otra parte quiero insistir en ello hasta dejar arraigada en mi convicción de que he prestado al ideal anarquista, desprendida de perturbadoras jactancias, mi pequeño, pero noble y desinteresado esfuerzo en apremiantes circunstancias.

Declaro resueltamente, que, aunque todos los anarquistas afirmaran la necesidad de ponerse de acuerdo con los políticos avanzados esgrimiendo las armas que ofrece la legalidad para combatir las arbitrariedades que las autoridades cometen con nosotros, lanzaría a los cuatro vientos, si bien con el natural dolor, el grito de ¡Anarquistas, os alejáis de vuestra senda! Pero no, no son todos los anarquistas quienes se inclinan a pactar con los políticos. Falta a la verdad quien dice que los anarquistas de Barcelona se han aliado con los fraternarios republicanos, mentira que a ciertos aventureros ha convenido propalar y escribir en letras de molde, pero que a nosotros corresponde desvanecerla para que los anarquistas de España y fuera de ella no se dejen sorprender.

Y a este punto llegado precisan las aclaraciones. En Barcelona existe un pequeño núcleo de anarquistas agrupados en el Centro de Estudios Sociales. A ese grupo se debió la publicación de Espartaco cuya labor, debido a la obsesión policíaca, a su probada miopía de cerebro, puso en prevención a las autoridades. Las consecuencias de esa miopía policíaca se han experimentado y hoy más funestas, a causa, tómenlo a bien los compañeros que se consideren aludidos, a causa, digo, de ciertas expansiones impropias que se han permitido algunos de estos mismos compañeros con determinados elementos titulados amigos o protectores políticos, cuyo contacto nos daría la clave de ciertas misteriosas confidencias. No cabe dudar de la fragilidad que señalo, cuando estamos viendo hoy a más de un anarquista ponderar la beneficiosa influencia de muchos vivos a quienes se les había puesto como pingajos en la picota pública, a quienes se había aplicado los epítetos más duros.

Como siempre que de ideas se trate he de obrar resueltamente inspirada por el amor que al ideal profeso, dejo escritas estas consideraciones sin preocuparme de otra cosa más que del triunfo de la verdad en el asunto que se ventila, asunto que como he dicho, es de una trascendencia capitalísima.

Con igual firmeza procede combatir a los que se abrogan la representación de la opinión obrera dentro de esa amalgama de elementos que se mueven a rastras para imponer respeto en el sentido de la legalidad.

En la actualidad, las sociedades obreras de Barcelona sólo son esqueletos, mínima expresión de lo que un día fueron, y por lo tanto a estos organismos no se les puede conferir tal representación y cometen un daño los que a ello se obstinan.

Amarga el ánimo cuando al trazar de la pluma se ven aparecer los anarquistas en la redacción de cierto periódico local, olvidando que éste, cuando el crimen de Montjuich pedía el exterminio de los anarquistas y que más tarde supo tomar el pelo a los más cándidos que creyeron en la revisión de aquel monstruoso proceso. ¿Quién puede creer que tales elementos pueden prestar apoyo efectivo a la empresa de obligar que las autoridades respeten lo prescrito por las leyes? Y aún siendo así, ¿qué puede importarnos a nosotros ese avance a la legalidad? ¿Se evitarán los conflictos sociales y los crugimientos espantosos de la impía lucha a que nos provoca diariamente la reacción capitalista? ¿Están exentos los republicanos de los vicios que ampara todo sistema político? Si no lo están porque no pueden estarlo, ¿a qué ir del brazo con ellos? No caben subterfugios.

Pero en fin, lo que me he propuesto demostrar, sin que nadie pueda contradecirme, es que la opinión anarquista de Barcelona rechaza lo que sólo ha estado en el propósito de una minoría.

Conste así para los prestigios de nuestro magno ideal.