Título: El paradigma anarquista de la educación
Temas: Educación Educación libertaria
Fuente: Recuperado el 15 de julio de 2014 desde cedap.assis.unesp.brEl anarquismo viene siendo recuperado, por lo menos en el ámbito de las investigaciones académicas, como una filosofía política; tal recuperación ganó aún más razón de ser con la propalada crisis de los paradigmas en las ciencias sociales, intensificada con los acontecimientos políticos en los países del Este europeo y en la ex-Unión Soviética en cuanto que caída del socialismo real: ante la falta de referentes sólidos para un análisis político de la realidad cotidiana el anarquismo vuelve a la escena. Sin embargo cuando estudiamos el anarquismo vemos que sería mucho más correcto hablar de anarquismos, los cuales no serían pocos, por cierto.[1] ¿Cómo entonces hablar de un paradigma anarquista? Muy rápidamente quisiera demostrar aquí que considerar al anarquismo como una doctrina sociopolítica constituye un serio problema, tanto práctica como conceptualmente. Dada la diversidad de perspectivas asumidas por los diversos teóricos y militantes del movimiento anarquista histórico,[2] resultaría imposible agruparlas a todas en una misma doctrina; por otro lado, la fuerza del anarquismo residiría precisamente en el hecho de que no cabe en él la solidificación de principios que impone la constitución de una doctrina. Si el anarquismo puede ser una teoría política aglutinadora de extensas parcelas del movimiento obrero europeo en el siglo pasado, y si puede asimismo ser una teoría política que permite el análisis de los hechos sociales contemporáneos, ello es justamente porque no se constituye en una doctrina.
Para entender la dimensión real de la filosofía política del anarquismo es necesario que lo comprendamos constituido por una actitud, la de negación de toda y de cualquier autoridad y la de afirmación de la libertad. El propio acto de transformar esa actitud radical en un cuerpo de ideas abstractas, eternas y válidas en cualquier situación, constituiría la negación del principio básico de la libertad. Admitir el anarquismo como una doctrina política cerrada significa llamar a sus sepultureros y negar su principal fuerza, la afirmación de la libertad y la negación radical de la dominación y de la explotación.
Así pues, debemos considerar al anarquismo como un principio generador, como una actitud básica que puede y debe asumir las más diversas características particulares de acuerdo con las condiciones sociales e históricas en las cuales se halla inmerso. El principio generador anarquista está formado por cuatro principios básicos de teoría y de acción: autonomía individual, autogestión social, internacionalismo y acción directa. Veamos brevemente cada uno de ellos.
Autonomía individual. El socialismo libertario ve en el individuo a la célula fundamental de cualquier grupo o asociación, elemento éste que no puede ser preterido en nombre del grupo. La relación individuo-sociedad es en el anarquismo esencialmente dialéctica: el individuo, en *cuanto persona humana, sólo existe si pertenece a un grupo social (la idea de un hombre aislado de la sociedad resulta absurda); la sociedad, por su parte, sólo existe en cuanto agrupamiento de individuos que, al constituirla, no pierden su condición de individuos autónomos, sino que la construyen. La propia idea de individuo sólo es posible en cuanto constituyente de una sociedad. La acción anarquista resulta esencialmente social, pero basada en cada uno de los individuos que componen la sociedad y erigida para cada uno de ellos.
Autogestión social. Como consecuencia del principio de libertad individual, el anarquismo es contrario a todo y a cualquier poder institucionalizado, a cualquier autoridad y jerarquización y a cualquier forma de asociación así constituida. Para los anarquistas la gestión de la sociedad debe ser directa, fruto de la propia, lo que terminó conociéndose como autogestión. Radicalmente contrarios a la democracia representativa, donde determinado número de representantes es elegido para actuar en nombre de la población, los libertarios proponen una democracia participativa donde cada persona participe activamente en los destinos sociopolíticos de su comunidad.
Internacionalismo. La constitución de los Estados-nación europeos constituyó una empresa política ligada al ascenso y consolidación del capitalismo, siendo por ello expresión de un proceso de dominación y de explotación; para los anarquistas resulta inconcebible que una lucha sociopolítica por la emancipación de los trabajadores y por la construcción de una sociedad libertaria pueda restringirse a una o a algunas de esas unidades geopolíticas a las cuales llamamos países. De ahí la defensa de un internacionalismo de la revolución, que sólo tendría sentido si fuese globalizada.
Acción Directa. La táctica de lucha anarquista es la de acción directa; las masas deben construir la revolución y llevar adelante el proceso como obra de ellas mismas. La acción directa anarquista se traduce principalmente en las actividades de propaganda y de educación destinadas a despertar en las masas la conciencia de las contradicciones sociales a que se hallan sometidas haciendo que el deseo y la conciencia de la necesidad de la revolución surja en cada uno de los individuos. Puede decirse que la principal fuente de acción directa fue la de la propaganda a través de los periódicos y revistas, así como de la literatura y del teatro. Otra vía importante fue la de la educación propiamente dicha-formal o informal- como veremos más adelante.
Tomando al anarquismo como principio generador cimentado en esos cuatro principios básicos podemos ver en él un paradigma de análisis sociopolítico, con lo que existiría un único anarquismo que asumiría diferentes formas y facetas de interpretación de la realidad y de la acción de acuerdo con el momento y con las condiciones históricas en que fuese aplicado. En ese sentido trataremos aquí de la aplicación del paradigma anarquista a la teoría de la educación.
Los anarquistas concedieron siempre mucha importancia a la cuestión de la educación al tratar del problema de la transformación social: no sólo a la educación formal, la ofrecida en las escuelas, sino también a la informal, la realizada por el conjunto social, y de ahí su acción cultural a través del teatro, de la imprenta, de sus esfuerzos de alfabetización y educación de los trabajadores, ya fuere mediante los sindicatos, ya mediante las asociaciones obreras.
Así pues, fue en relación con la escuela[3] como se produjeron los mayores desarrollos teóricos y prácticos en el sentido de la constitución de una educación libertaria.
Los esfuerzos anarquistas en este ámbito comienzan con una crítica a la educación tradicional ofrecida por el capitalismo, tanto en su aparato estatal de educación[4] cuanto en las instituciones privadas, normalmente mantenidas y regidas por órdenes religiosas. La principal acusación libertaria dice relación al carácter ideológico de la educación: procuran mostrar que las escuelas se dedican a reproducir la estructura social de explotación y dominación enseñando a los alumnos a ocupar sus lugares sociales predeterminados.[5] De este modo la educación asumía una importancia política bastante grande, aunque debidamente enmascarada bajo una aparente «neutralidad».
Por su parte los anarquistas asumen el carácter sociopolítico de la educación pero no queriendo ponerlo ya al servicio del mantenimiento de un orden social, sino de su transformación, denunciando las injusticias y desenmascarando los sistemas de dominación, despertando en los individuos la conciencia de la necesidad de una revolución social.[6]
Metodológicamente, la propuesta anarquista de educación va a procurar trabajar con el principio de libertad, lo que abre dos vertientes de comprensión y de acción diferenciadas: una que entiende que la educación debe ser hecha a través de la libertad, y otra que considera que la educación debe ser hecha para la libertad; en otras palabras, como decíamos atrás, una toma la libertad como medio y la otra como fin.
Tomar la libertad como medio me parece un equívoco, pues significa considerar —como Rousseau— que la libertad sea una característica natural del individuo, posición ya duramente criticada por Bakunin[7]; por otro lado, se asemeja también a la metodología de las pedagogías no-directivas basadas en el viejo Emilio y consolidadas en los esfuerzos escolanovistas, diferenciándose de ellas apenas en los presupuestos políticos pero sin conseguir resultados prácticos diferentes a los de aquella supuesta libertad individualizada característica de las perspectivas liberales.
Sin embargo, tomar a la pedagogía libertaria como una educación que tiene en la libertad su fin puede conducir a resultados bastante diferentes. Si la libertad, como quería Bakunin, es conquistada y construida socialmente, la educación no puede entonces partir de ella, sino que puede llegar a ella. Metodológicamente, la libertad deja de ser un principio, lo que aparta a la pedagogía anarquista de las pedagogías no-directivas; por más extraño que pueda parecer a los ojos de algunos, la pedagogía anarquista debe partir, ciertamente, del principio de autoridad.[8]
La escuela no puede ser un espacio de libertad en medio de la coerción social; su acción resultaría entonces inocua, pues los efectos de la relación del individuo con las demás instancias sociales sería mucho más fuerte. Partiendo del principio de autoridad la escuela no se aparta de la sociedad, sino que se incluye en ella. Así pues, el hecho es que una educación anarquista coherente con su intento de crítica y de transformación social debe partir de la autoridad no para tomarla como absoluta e intocable sino para superarla. El proceso pedagógico de una construcción colectiva de la libertad es un proceso de deconstrucción paulatina de la autoridad.
Tal proceso es asumido positivamente por la pedagogía libertaria como una actividad ideológica; puesto que no hay educación neutral, puesto que toda educación se fundamenta en una idea de ser humano y en una concepción de la sociedad, se trata de definir de qué ser humano y de qué sociedad estamos hablando. Dado que carece de sentido pensarnos libres individualistamente en una sociedad anarquista, se trata de educar a un hombre comprometido no con el mantenimiento de la sociedad de explotación, sino con la entrega en la lucha y en la construcción de una nueva sociedad. Trátase, con otras palabras, de crear un individuo «desajustado» respecto a los patrones sociales capitalistas. La educación libertaria se constituye de tal guisa en una educación contra el Estado, ajena por tanto a los sistemas públicos de enseñanza.
El lugar común progresista en las discusiones pedagógicas contemporáneas es la defensa de la escuela pública. La actual Constitución brasileña afirma que la educación es un «derecho del ciudadano y un deber del Estado», definiendo desde comienzo la responsabilidad del Estado para con la educación. Ésta es, por cierto, una empresa bastante costosa, como sabemos,[9] y por eso mismo el interés del Estado no puede ser gratuito o meramente filantrópico. La historia nos muestra que los así llamados sistemas públicos de enseñanza son bastante recientes: se consolidan junto con las revoluciones burguesas y parecen querer contribuir a transformar el «súbdito» en «ciudadano» realizando la transición política hacia las sociedades contemporáneas. Otro factor importante es la creación, a través de una educación «única», del sentimiento de nacionalidad e identidad nacional, fundamental para la constitución del Estado-nación. Los anarquistas, coherentes con su crítica al Estado, jamás aceptarán esa educación ofrecida y gestionada por dicho Estado; por un lado porque el Estado desde luego utilizará este vehículo de formación e información que es su educación para esparcir las visiones sociopolíticas que le resultan de interés.
En este punto la pedagogía anarquista diverge de otras tendencias progresistas de educación, que procuran ver en el sistema público de enseñanza «brechas» que permitan una acción transformadora, incluso subversiva, que poco a poco vayan minando por dentro ese sistema estatal y sus intereses. Lo que nos muestra la aplicación de los principios anarquistas a ese análisis es que existen límites muy estrechos para una supuesta «gestión democrática» de la escuela pública. O, para usar palabras más fuertes pero también más precisas, que el Estado «permitiría» una cierta democratización e incluso una acción progresista hasta el momento en que esas acciones pusieran en jaque el mantenimiento de sus instituciones y de su poder; si tal riesgo llega a ser presentido, el Estado no dejará de utilizar todas sus armas para neutralizar las acciones «subversivas».
Por eso desde la perspectiva anarquista la única educación revolucionaria posible es aquella que se da fuera del contexto definido por el Estado, siendo ese apartamiento mismo y a una actitud revolucionaria. La propuesta es que la sociedad organice por sí misma su sistema de enseñanza al margen del Estado y sin su ingerencia, definiendo ella misma cómo aplicar sus recursos y realizando la gestión directa de los mismos, construyendo un sistema de enseñanza que sea el reflejo de sus propios intereses y deseos. Es lo que los anarquistas llaman la autogestión.
Tomar los principios filosófico-políticos del anarquismo como referente para pensar la educación contemporánea es desde luego una empresa que se hace en movimiento; si por un lado queremos sistematizar tales principios a partir de los «clásicos» del siglo pasado, no encontramos ya un «suelo firme» para nuestras respuestas, no en el sentido de que ellas no tengan consistencia, sino en el de que apuntan siempre hacia una realidad en construcción que procesa la deconstrucción de nuestra cotidianidad.
Si existe un lugar y un sentido para una escuela anarquista hoy, ese es el de la confrontación; una pedagogía libertaria de hecho resulta incompatible con la estructura del Estado y de la sociedad capitalista. Marx ya mostró que una sociedad solamente se transforma cuando el modo de producción que la sostiene ha agotado todas sus posibilidades. Deleuze y Guattari también mostraron por otro lado[10] que el capitalismo presenta una «elasticidad», una capacidad para ampliar su límite de posibilidades. Desde luego su constante de elasticidad no es infinita: para una escuela anarquista trátase hoy, por tanto, de testificar esa elasticidad tensionándola permanentemente buscando los puntos de ruptura que posibilitarían la emergencia de lo nuevo a través del desarrollo de conciencias y de actos que busquen escapar a los límites del capitalismo.
En el aspecto de la formación individual, Henri Arvon afirmaba en 1797[11] que para una sociedad de rápidas transformaciones como la nuestra el proyecto anarquista parece ser el que mejor respondería a las necesidades de una educación de calidad. El desarrollo científico-tecnológico y especialmente las transformaciones geopolíticas en los últimos quince años parecerían venir a confirmar esa necesidad de una educación dinámica y autónoma que encuentra cada vez mayores posibilidades de realización con el soporte de la informática y de los multimedia. No podemos, mientras tanto, dejar que la propia perspectiva libertaria de la educación sea cooptada por el capitalismo neutralizando su carácter político transformador, llevándolo hacia un ámbito de libertad meramente individual, y desembocando en un nuevo escolanovismo vehiculado por las nuevas tecnologías. El carácter político de la pedagogía libertaria debe ser constantemente reafirmado en su intento de no permitir la injusticia que supone la presencia de una nueva masa de excluidos tanto del flujo de las informaciones cuanto de las máquinas que permiten el acceso a él.
Por otro lado el desarrollo tecnológico que nos lleva cada vez más rápidamente rumbo a una «sociedad informática», por usar la expresión de Adam Schaff, define un horizonte de posibilidades de futuro bastante interesante; en una sociedad que políticamente no se define ya en base a los detentadores de los medios de producción, sino en base a aquellos que tienen acceso y control sobre los medios de información, encontramos dos posibilidades básicas:
la realización de un totalitarismo absoluto cimentado en el control del flujo de informaciones, como el pensado por Orwell en su 1984 o por Huxley en su Admirable Mundo Nuevo
o la realización de la antigua utopía de la democracia directa, estando el flujo de informaciones llevado a cabo por el conjunto de la sociedad.
En otras palabras, el desarrollo de la sociedad informática parece posibilitarnos dos sociedades, una antagónica respecto de la otra: la totalitaria, con el Estado absoluto, o la anarquista, absolutamente sin Estado; la opción estaría fundada obviamente en una opción política que sólo sería posible al través de la conciencia y de la información, apareciendo entonces la figura de la educación, formal o informal, en el sentido de sustentar tal concientización.
Pero la posibilidad de trabajo que me parece más próxima en el momento presente es el pensar la filosofía de la educación en el contexto del paradigma anarquista. Si tal filosofía de la educación puede servir de soporte para la construcción de este proyecto de educación que tiene por meta la autogestión y la verdadera democracia que la tecnología informática puede finalmente hacer posible mediante una red planetaria que abata las fronteras de los Estados-nación, ella puede además servirnos como herramienta de análisis y crítica de la sociedad capitalista y de la educación por ella pensada, así como del sistema de enseñanza por ella constituido, la siempre ambigua dualidad de los sistemas público y privado. En el caso específico del Brasil contemporáneo, ella puede constituirse en un referente interesante para la discusión y el análisis de los graves problemas educativos que enfrentamos desde perspectiva bastante singular, como en el caso de la calidad de la enseñanza y del carácter público y democrático de la escuela, aportando contribuciones creativas diferentes de las usuales.
En el contexto de la polarización de la educación brasileña entre la tendencia neoliberal (privatizadora) sucesora de las tendencias tradicional, escolanovista y tecnicista como expresión ideológica de mantenimiento del sistema por una parte, y por otra una tendencia dialéctica que a su vez se encuentra dividida en varias propuestas de análisis[12] y que ha sido (erróneamente) negada en su valor de paradigma debido a la crisis del así llamado «socialismo real», tomada además como expresión de la quiebra del método dialéctico y del triunfo del liberalismo —nuevo o viejo, no importa y de la instauración de un «nuevo orden mundial» centrado en el paradigma liberal, la tendencia anarquista o libertaria puede presentarse por su parte como un nuevo referente para el análisis al mostrar explícitamente que, como cantó Caetano Veloso, «algo queda fuera del nuevo orden mundial». En estas páginas tan sólo he tratado de presentar estas cuestiones a debate buscando la luz de las discusiones, y con ellas su viabilidad.
[1] Cfr. mi disertación de Maestría ya citada, Educaçao Anarquista: Por una pedagogia do risco. Unicamp, Faculdade de Educaçao, 1990, cap. 1: «Negatividade e positividadema busca de una definiçao do Anarquismo», pp. 4–37.
[2] La expresión movimiento anarquista histórico es utilizada por el investigador George Woodcock para designar las acciones anarquistas organizadas en el contexto del movimiento obrero europeo desde la segunda mitad del siglo pasado hasta la Guerra Civil española; de acuerdo con el historiador canadiense, tal movimiento fue impulsado por las ideas de Proudhon y de Bakunin. Véase, por ejemplo, Anarquismo, uma história dasidéias e movimentos libertários, vol. 2; O movimento, L-PM, Porto Alegre, 1984.
[3] En el caso brasileño sabemos que el anarquismo llegó aquí de la mano de los inmigrantes europeos, y que fueron ellos también los responsables de las experiencias pedagógicas libertarias. Las primeras referencias que tenemos se remontan al 1895 con la fundación de la Escola Uniao Operáia en Rio Grande do Sul, seguida por las experiencias de la Escola Libertária Germinal (Sao Paulo, 1903), por la Escola Socieda de Internacional (Santos, 1904), por la Universidade Popular (Rio de Janeiro, 1904), por la Escuela Noturna (Santos, 1907) (Cfr. Edgar Rodrigues: Os libertários, Vozes, Rio deJaneiro, 1988, pp. 162–164) y por la Escola Social da Liga Operáia (Campinas, 1907)(Cfr. Paulo Ghiraldelli Jr: Educaçao e Movimento Operáio, Cortez, Sao Paulo, 1987, pp.126–127). En la década de los años diez, bajo el impacto de la ejecución en España en el 1909 de Francisco Ferrer, el ideador de la Escuela Moderna de Barcelona y creador del Racionalismo Pedagógico (cfr. mi artículo Educaçao e Movimento Operáio: a experiência da escola Moderna de Barcelona, in «Proposiçoes», vol. 3, nº 3,[9] Unicamp/Cortez, dic. 1992, pp. 14–23) florecerán por aquí muchas Escuelas Modernas, también como resultado de la acción de los trabajadores buscando suplir carencias profundas dejadas por el incipiente sistema de instrucción pública de la Viejas Repúplica.Tales experiencias son descritas y analizadas en las obras de: Regina Jomini: Uma Educaçao Para a Soidariedade, Campinas, Pontes/Unicamp, 1990; Paulo Ghiraldelli Jr:Op. cit; Flávio Luizetto: Presença do Anarquismo no Brasil: um estudo dos episódios literário e educacional, USP, Sao Carlos, 1984. Tesis Doctoral.
[4] Recordemos que los sistemas públicos de enseñanza son una invención del capitalismo. Véase, por ejemplo, Eliane Lopes: Origens da instruçao pública, Loyola, Sao Paulo, 1981.
[5] Las teorías crítico-reproductivistas de Bordieu y Passeron, influídas por Althusser vigentes en los años setenta, fueron en verdad anticipadas en casi dos siglos por los anarquistas.
[6] Para los anarquistas la revolución social debe ser fruto del deseo de masas y de su acción consciente, de ahí su crítica a la idea de una vanguardia que las guiase y la importancia de la educación de dichas masas para que pudiesen por sí mismas organizar y llevar adelante el proceso.
[7] Mikhail Bakunin, en Dios y el Estado, critica el concepto naturalista e individualizante de la libertad en Rousseau tratando de mostrar que nadie nace libre ni esclavo, sino que la libertad es conquistada colectivamente y construida socialmente.
[8] La objeción de que trabajaríamos con dos pesos y con dos medidas, esto es, afirmando la legitimidad de la autoridad en la educación pero su no-legitimidad en lo sociopolítico, no sería correcta; como lo muestra Hannah Arendt (Entre o Passado e o Futuro, Perspectiva, Sao Paolo, 1979), donde termina la educación comienza lo sociopolítico: la educación asume un estatuto pre político por excelencia, formador incluso de futura acción sociopolítica. Así, si el niño puede y debe ser conducido durante la infancia, ya no lo puede el adulto, que ha de actuar autónomamente. Perspectiva análoga fue compartida por Bakunin un siglo antes al afirmar que «el principio de autoridad en la educación de los niños constituye el punto de partida natural; es legítimo y necesario cuando se aplica a las criaturas de corta edad, cuando su inteligencia no se encuentra aún en modo alguno desarrollada; mas como el desarrollo de todo e igualmente de la educación implica una superación sucesiva del punto de partida, este principio debe ser gradualmente disminuido a medida en que la educación y la instrucción de los niños avanza para dar lugar a su libertad ascendente» (Dieu et L’État).
[9] Lo cual queda todavía más en evidencia cuando, como es el caso de Brasil, el Estado no consigue cumplir con su deber de ofrecer escolaridad a todos los ciudadanos.
[10] Cfr. la obra de los dos autores El Anti-Edipo: Capitalismo y Esquizofrenia.
[11] Cfr. El Anarquismo en el siglo XX. Ed. Taurus, Madrid, 1979, pp. 160–161.
[12] Véase la obra de Moacir Gadotti: Pensamento Pedagógico Brasileiro, Atica, Sao Paulo, 1988, 2ª ed, que historiza y conceptualiza las varias tendencias pedagógicas brasileñas que buscan su referente en el método dialéctico.