Título: Marx y anarquismo
Fecha: 1925
Temas: Anarquismo Marx
Notas: Extraído del compilado «Más sobre marxismo y anarquismo. Digitalización KCL.
Fuente: Recuperado el 12 de diciembre de 2012 desde Kolectivo Conciencia LibertariaHace algunos años, poco después de la muerte de Federico Engels, el señor Eduardo Bernstein, uno de los miembros más conspicuos de la comunidad marxista, asombró a sus compañeros con unos descubrimientos notables. Bernstein manifestó públicamente sus dudas con respecto a la exactitud de la interpretación materialista de la historia, de la teoría marxista de la plus-valía y de la concentración del capital; hasta atacó el método dialéctico, llegando a la conclusión de que no era posible hablar de un socialismo científico; a lo sumo cabía admitir un socialismo crítico. Hombre prudente, Bernstein reservó para sí sus descubrimientos hasta tanto muriera el viejo Engels, y sólo entonces los hizo públicos ante el espanto consiguiente de los sacerdotes marxistas. Pero ni siquiera esa prudencia pudo salvarlo, pues se le atacó por todos lados. Kautsky escribió un libro contra el hereje y el pobre Eduardo se vio obligado a declarar en el congreso de Hannover que era un débil pecador mortal y que se sometía a la decisión de la mayoría científica.
Con todo, Bernstein no había revelado nada nuevo. Las razones que oponía contra los fundamentos de la doctrina marxista ya existían cuando él todavía seguía siendo apóstol fiel de la iglesia marxista. Esos argumentos habían sido entresacados de la literatura anarquista y lo único importante era el hecho de que uno de los social-demócratas más conocidos se valiera de ellos por primera vez. Ninguna persona sensata negará que la crítica de Bernstein haya dejado de producir una impresión inolvidable en el campo marxista; Bernstein había tocado los cimientos más importantes de la economía metafísica de Carlos Marx y no es extraño que los respetables representantes del marxismo ortodoxo se hayan alborotado.
No hubiera sido tan grave todo eso si no mediara otro inconveniente pero que el exterior. Desde hace más de medio siglo los marxistas no cesan de predicar que Marx y Engels fueron los descubridores del llamado socialismo científico; se inventó una distinción artificial entre los socialistas titulados utópicos y el socialismo científico de los marxistas, diferencia que existe tan sólo en la imaginación de estos últimos. En los países germánicos la literatura socialista ha sido monopolizada por las teorías marxistas y todo social-demócrata las considera como productos puros y absolutamente originales de los descubrimientos científicos de Marx y Engels.
Pero también este ensueño se ha desvanecido; las investigaciones históricas modernas han establecido, de una manera incontrovertible, que el socialismo científico no es más que una consecuencia de los antiguos socialistas ingleses y franceses y que Marx y Engels han conocido perfectamente el arte de revestirse con plumas ajenas. Después de las revoluciones de 1848, se inició en Europa una reacción terrible; la Santa Alianza volvió a tender sus redes en todos los países con el propósito de ahogar el pensamiento socialista, que tan riquísima literatura produjera en Francia, Bélgica, Inglaterra, Alemania, España e Italia. Dicha literatura fue casi totalmente relegada al olvido durante esa época de oscurantismo que comenzó después de 1848. Muchas de las obras más importantes fueron destruidas hasta reducirse su número a pocos ejemplares que hallaron albergue en algún sitio tranquilo de ciertas grandes bibliotecas públicas o de algunas personas privadas. Sólo en el espacio de los últimos veinticinco o treinta años esa literatura ha sido nuevamente descubierta y hoy causan admiración las ideas fecundas que se encuentran en los viejos escritos de las escuelas posteriores a Fourier y Saint-Simon, en las obras de Considerant, Desami, Mey y muchos otros. Y en esa literatura se ha hallado asimismo el origen del llamado socialismo científico. Nuestro viejo amigo W. Tcherkesoff fue el primero en ofrecer un conjunto sistemáticos de todos esos hechos; demostró que Marx y Engels no son los inventores de esas teorías que durante tanto tiempo han sido consideradas como su patrimonio intelectual; hasta llegó a probar que algunos de los más famosos trabajos marxistas, como por ejemplo el Manifiesto Comunista, no son en realidad otra cosa que traducciones libres del francés, hechas por Marx y Engels. Y Tcherkesoff ha obtenido el triunfo de que sus afirmaciones con respecto al Manifiesto Comunista fueran reconocidas por el «Avanti», el órgano central de la social-democracia italiana, después de haber tenido el autor la oportunidad de comparar el Manifiesto Comunista con el Manifiesto de la Democracia de Víctor Considerant, que apareció cinco años antes que el opúsculo de Marx y Engels.
El Manifiesto Comunista es considerado como una de las primeras obras del socialismo científico, y el contenido de ese trabajo ha sido sacado de los escritos de un «utopista», pues el marxismo incluye a Fourier entre los socialistas utópicos. Es esta una de las ironías más crueles que imaginar se pueda y no constituye, seguramente, una recomendación favorable para el valor, científico del marxismo. Víctor Considerant fue uno de los primeros escritores socialistas que Marx conoció; ya lo menciona en la época en que todavía no era socialista. En 1842, la «Allgemeine Zeitung» atacó a la «Rheinische Zeitung», de la que era redactor en jefe Marx, reprochándole que simpatizaba con el comunismo. Marx contestó entonces con un editorial en que declaraba lo siguiente:
«Obras como las de Leroux, Considerant y especialmente el libro perspicaz de Proudhon no pueden ser criticadas con algunas observaciones superficiales y es preciso estudiarlas detenidamente antes de entrar a criticarlas».
El socialismo francés ha ejercido la mayor influencia sobre el desarrollo intelectual de Marx, pero de todos los escritores socialistas de Francia es P. J. Proudhon quien más poderosamente influyó en su espíritu. Hasta es evidente que el libro de Proudhon ¿Qué es la propiedad? indujo a Marx a abrazar el socialismo. Las observaciones críticas de Proudhon sobre la economía nacional y las diversas tendencias socialistas descorrieron ante Marx un mundo nuevo y fue principalmente la teoría de la plus-valía, tal como ha sido desarrollada por el genial socialista francés, lo que mayor impresión causó en la mente de Marx. El origen de la doctrina del plus-valor, ese grandioso «descubrimiento científico» de que tanto se enorgullecen nuestros marxistas, lo hallamos en los escritos de Proudhon. Gracias a éste Marx llegó a conocer esa teoría, que modificó más tarde mediante el estudio de los socialistas ingleses Bray y Thompson.
Marx hasta reconoció públicamente la gran significación científica de Proudhon y en un libro especial, hoy completamente desaparecido de la venta, llama a la obra de aquel ¿Qué es la propiedad? «el primer manifiesto científico del proletariado francés». Esa obra no volvió a ser editada por los marxistas, no ha sido traducida a otro idioma, a pesar de que los representantes oficiales del marxismo han hecho los mayores esfuerzos para difundir en todas las lenguas los escritos de su maestro. Ese libro ha sido olvidado, se sabe por qué: su reimpresión descubriría al mundo el colosal contrasentido y la insignificancia de todo lo escrito por Marx más tarde acerca del eminente teórico del anarquismo.
Marx no solamente había sido influenciado por las ideas económicas de Proudhon, sino que también se sintió influido por las teorías anárquicas del gran socialista francés y en uno de sus trabajos de aquel período combate al Estado en la misma forma que lo hiciera Proudhon.
Todos aquellos que hayan estudiado atentamente la evolución socialista de Marx deberán reconocer que la obra de Proudhon ¿Qué es la propiedad? fue la que lo convirtió al socialismo. Los que no conocen de cerca los detalles de esa evolución y aquellos que no han tenido oportunidad de leer los primeros trabajos socialistas de Marx y Engels juzgarán extraña e inverosímil esta afirmación. Porque en sus trabajos posteriores Marx habla de Proudhon con burla y desprecio, y son precisamente estos escritos los que la Social-democracia ha vuelto a publicar y reimprimir constantemente.
De este modo tomó cuerpo poco a poco la opinión de que Marx fue desde un principio el adversario teórico de Proudhon y que jamás ha existido entre ambos punto de contacto alguno. Y verdaderamente, cuando se lee lo que el primero de ellos ha escrito respecto del segundo en su conocido libro Miseria de la Filosofía, en el Manifiesto Comunista y en la necrología que publicó en el «Sozialdemokrat» de Berlín poco después de la muerte de Proudhon, no es posible tener otra opinión.
En Miseria de la Filosofía ataca a Proudhon de la peor manera, valiéndose de todos los recursos para demostrar que las ideas de aquél carecen de valor y que no tiene ninguna importancia ni como socialista ni como crítico de la economía política.
«El señor Proudhon ─dice─ tiene la desgracia de ser comprendido de un modo extraño: en Francia tiene el derecho de ser un mal economista, porque allí se le considera buen filósofo alemán; en Alemania puede ser un mal filósofo, puesto que se le considera allí el mejor economista francés. En mi calidad de alemán y de economista me veo obligado a protestar contra este doble error».
Y Marx va más lejos aún: acusa a Proudhon, sin ofrecer ninguna prueba, de haber plagiado sus ideas del economista inglés Bray. Escribe:
«Creemos haber hallado en el libro de Bray la llave de todos los trabajos pasados, presentes y futuros del señor Proudhon».
Es interesante observar cómo Marx, que tantas veces utilizaba ideas ajenas y cuyo Manifiesto Comunista no es en realidad sino una copia del Manifiesto de la Democracia de Víctor Considerant, denuncia a otros como plagiarios.
Pero prosigamos. En el Manifiesto Comunista Marx presenta a Proudhon como representante burgués y conservador. Y en la necrología que escribió en el «Sozialdemokrat» (1865) leemos las siguientes palabras:
«En una historia rigurosamente científica de la economía política ese libro (se refiere a ¿Qué es la propiedad?) apenas merecería ser mencionado. Porque semejantes obras sensacionales desempeñan en las ciencias exactamente el mismo papel que en la literatura novelesca».
Y en ese mismo artículo necrológico reitera Marx su afirmación de que Proudhon carece de todo valor como socialista y como economista, opinión que ya emitiera en Miseria de la Filosofía.
Fácil es comprender que semejantes asertos, que Marx lanzaba contra Proudhon, tenían que divulgar la creencia, mejor dicho la convicción, que entre él y el gran escritor francés no ha existido nunca el menor parentesco. En Alemania Proudhon es casi totalmente desconocido. Las ediciones germanas de sus obras, hechas alrededor del año 1840, están agotadas. El único libro suyo que volvió a ser publicado en alemán es ¿Qué es la propiedad? y aun esta edición se ha difundido en un círculo restringido. Esta circunstancia explica el hecho de que Marx haya logrado borrar los rastros de su primera evolución como socialista. Que su concepto de Proudhon era bien distinto al principio hemos tenido ya oportunidad de verlo más arriba y las conclusiones que siguen corroborarán nuestra aseveración.
Siendo redactor en jefe de la «Rheinische Zeitung», uno de los periódicos principales de la democracia alemana, Marx llegó a conocer a los escritores socialistas más importantes de Francia, aunque él mismo no era todavía socialista. Ya hemos mencionado una cita suya en que alude a Víctor Considerant, Pierre Leroux y Proudhon y no cabe duda que Considerant y especialmente Proudhon han sido los maestros que lo atrajeron al socialismo. ¿Qué es la propiedad? ha ejercido, sin duda alguna, la mayor influencia en el desarrollo socialista de Marx; así, en el periódico mencionado, llama al genial Proudhon «el más consecuente y sagaz de los escritores socialistas». En 1843 la «Rheinische Zeitung» fue suprimida por la censura prusiana; Marx partió para el extranjero y durante ese período evolucionó hacia el socialismo. Dicha evolución se nota muy bien en sus cartas al conocido escritor Arnoldo Ruge y mejor aun en su obra La sagrada familia, o crítica de la crítica crítica, que se publicó conjuntamente con Federico Engels. El libro apareció en 1845 y tenía por objeto polemizar contra la nueva tendencia del pensador alemán Bruno Bauer. Además de cuestiones filosóficas, esa obra se ocupa también de economía política y de socialismo y son precisamente esas partes las que nos interesan aquí.
De todos los trabajos que publicaron Marx y Engels es La sagrada familia el único que no ha sido traducido a otros idiomas y del cual los socialistas alemanes no hicieron otra edición. Es verdad que Franz Mehring, heredero literario de Marx y Engels, ha publicado, por encargo del Partido Socialista alemán, La sagrada familia junto con otros escritos correspondientes al primer período de actuación socialista de los autores, pero esto se hizo sesenta años después de haber salido la primera edición y, por otra parte, la reedición estaba destinada a los especialistas, pues su costo era excesivo para un trabajador. Fuera de eso, Proudhon es tan escasamente conocido en Alemania que muy pocos habrán sido los que se hayan dado cuenta de la honda discrepancia que hay entre los primeros juicios que Marx emitió sobre él y los que sostuvieron más tarde.
Y sin embargo este libro demuestra claramente el proceso evolutivo del socialismo en Marx y el influjo poderoso que en él ha ejercido Proudhon. Todo lo que los marxistas han atribuido después a su maestro Marx lo reconocía, en La sagrada familia, como méritos de Proudhon.
Veamos lo que dice a este respecto en pág. 36:
«Todo desarrollo de la economía nacional considera la propiedad privada como hipótesis inevitable; esta hipótesis constituye para ella un factor incontestable que ni siquiera trata de investigar y al cual sólo se refiere accidentalmente, según la ingenua expresión de Say. Proudhon se ha propuesto analizar de un modo crítico la base de la economía nacional, la propiedad privada, y ha sido la suya la primera investigación enérgica, considerable y científica al propio tiempo. En eso consiste el notable progreso científico que ha realizado, progreso que revolucionó la economía nacional, creando la posibilidad de hacer de ella una verdadera ciencia. ¿Qué es la propiedad? de Proudhon tiene para la economía la misma importancia que la obra de Say ¿Qué es el tercer estado? ha tenido para la política moderna».
Es interesante comparar estas palabras de Marx con las que han escrito después acerca del gran teórico anarquista. En La sagrada familia dice que ¿Qué es la propiedad? ha sido el primer análisis científico de la propiedad privada y que ha dado la posibilidad de hacer de la economía nacional una verdadera ciencia; pero en su conocida necrología, publicada en el «Sozialdemokrat», el mismo Marx asegura que en una historia rigurosamente científica de la economía esa obra apenas merece ser mencionada.
¿Dónde está la causa de semejante contradicción? Pregunta es ésta que los representantes del llamado socialismo científico no han aclarado aún. En realidad, no hay sino una respuesta: Marx quería ocultar la fuente en que había bebido. Todos los que hayan estudiado la cuestión y no se sientan arrastrados por el fanatismo partidista tendrán que reconocer que esta explicación no es caprichosa.
Sigamos oyendo lo que manifiesta Marx sobre la importancia histórica de Proudhon. En la página 52 del mismo libro leemos:
«Proudhon no solamente escribe en favor de los proletarios, sino que él es también un proletario, un obrero; su obra es un manifiesto científico del proletariado francés».
Aquí, como se ve, Marx expresa en términos precisos que Proudhon es un exponente del socialismo proletario y que su obra constituye un manifiesto científico del proletariado francés. En cambio, en el Manifiesto Comunista asegura que Proudhon encarna el socialismo burgués y conservador. ¿Cabe mayor contradicción? ¿A quién hemos de creer, al Marx de La sagrada familia o al autor del Manifiesto Comunista? ¿Y a qué se debe esa divergencia? Es una pregunta que nos planteamos nuevamente y, como es natural, la respuesta es también la misma: Marx quería ocultar al mundo todo lo que debía a Proudhon y para ello cualquier medio le era viable. No puede haber otra explicación para ese fenómeno; los medios que Marx empleó más tarde en su lucha contra Bakunin evidencian que no era muy delicado en la elección de ellos.
De cómo Marx había sido influido por las ideas de Proudhon y hasta por sus ideas anarquistas, lo demuestran sus escritos políticos de aquel período; por ejemplo el artículo que publicó en el «Vorwaerts» de París.
El «Vorwaerts» era un periódico que aparecía en la capital francesa durante 1844-1845, bajo la dirección de Enrique Bernstein. Su tendencia era, al principio, liberal solamente. Pero más tarde, después de la desaparición de los Anales Germano-Franceses, Bernstein trabó relación con los antiguos colaboradores de esta última publicación, quienes lo conquistaron para la causa socialista. Desde entonces el «Vorwaerts» se convirtió en un órgano oficial del socialismo y numerosos colaboradores de la extinguida publicación de A. Ruge, entre ellos Bakunin, Marx, Engels, Enrique Heine, Georg Herwegh, etc., contribuyeron a él con sus trabajos.
En el número 63 de ese periódico (7 de Agosto de 1844) Marx publicó un trabajo de polémica, «Acotaciones críticas al artículo El rey de Prusia y la reforma social». En él estudia la naturaleza del Estado y demuestra la incapacidad absoluta de ese organismo para aminorar la miseria social y para suprimir el pauperismo. Las ideas que el autor desenvuelve en ese artículo son ideas puramente anarquistas y están en perfecta concordancia con los conceptos que Proudhon, Bakunin y otros teóricos del anarquismo han establecido a ese respecto. Por el siguiente extracto del estudio de Marx podrán juzgar los lectores:
««El Estado es incapaz de suprimir la miseria social y anular el pauperismo. Y aun cuando se preocupa de este problema, si es que se decide a hacer algo, no dispone de otros recursos que la beneficencia pública y las medidas de carácter administrativo y frecuentemente ni siquiera eso».
«Ningún Estado puede proceder en otra forma: porque para suprimir la miseria debería suprimirse a sí mismo, puesto que la causa del mal reside en la esencia, en la naturaleza misma del Estado, y no en una forma determinada de él como supone mucha gente radical y revolucionaria que aspira a modificar esa forma por otra mejor».
«Es un gravísimo error creer que la miseria y los terribles males del pauperismo pueden ser curados mediante una forma cualquiera del Estado. Si el Estado reconoce la existencia de ciertos males sociales trata de explicarlos, ya sea como leyes naturales contra las que nada puede hacer el hombre, o bien como resultados de la vida privada, en la cual no puede inmiscuirse, o, también, como defectos de la administración pública. Por eso en Inglaterra la miseria es considerada como consecuencia de una ley natural, según la cual los hombres aumentan en proporción mayor a los medios de vida. Otros afirman que la mala voluntad de los pobres es la causa de su pobreza; el rey de Prusia, Federico Guillermo I, ve la causa de ello en los corazones poco cristianos de los ricos; y la Convención, el parlamento revolucionario francés, sostiene que los males sociales son la consecuencia del ánimo contrarrevolucionario que demuestran los propietarios. Por consiguiente en Inglaterra se castiga a los pobres, el rey de Prusia recuerda a los ricos sus deberes cristianos y la Convención francesa corta las cabezas de los propietarios».
«Además, todos los Estados buscan la causa de la miseria en los defectos fortuitos o intencionales de la Administración y por lo tanto creen posible reducir el mal mediante reformas administrativas. Pero el Estado no posee el poder de salvar la contradicción existente entre la buena voluntad de la administración y su capacidad real; porque si así fuera, tendría que anularse a sí mismo ya que él se basa en esa contradicción que reina entre la vida pública y la privada, entre los intereses generales y los particulares. Por eso la Administración se halla limitada por una función exclusivamente formal y negativa, pues donde principia la vida civil termina el poder de la Administración. El Estado no puede impedir jamás las consecuencias que se desarrollan lógicamente a causa del carácter antisocial de la vida civil, de la propiedad privada, del comercio, de la industria y del despojo mutuo de los distintos grupos sociales. La bajeza y la esclavitud de la sociedad burguesa constituyen el fundamento natural del Estado moderno. La existencia del Estado y la de la esclavitud no pueden ser separadas. Del mismo modo como el antiguo Estado y la esclavitud antigua ─contradicciones clásicas y francas─ están íntimamente vinculados entre sí, así también el Estado moderno y el actual mundo de mercaderes ─contradicción cristiana e hipócrita─ están fuertemente aferrados uno al otro».
Esta interpretación esencialmente anarquista de la naturaleza del Estado, que parece tan extraña si se recuerdan las doctrinas posteriores de Marx, es una prueba evidente del origen anárquico de su primera evolución socialista. En el mencionado artículo se reflejan los conceptos de la crítica del Estado hecha por Proudhon, crítica que tuvo su primera expresión en su famoso libro ¿Qué es la propiedad? Esta obra inmortal ha ejercido la influencia más decisiva en la evolución del comunista alemán, a pesar de lo cual él se esforzó por todos los medios ─y no fueron éstos los más nobles─ en negar las primeras fases de su actuación como socialista. Naturalmente, los marxistas apoyaron en esto a su maestro y de esta manera se desarrolló poco a poco el falso concepto histórico acerca del carácter de las primeras relaciones entre Marx y Proudhon.
En Alemania principalmente, siendo este último casi desconocido, pudieron circular las más extrañas afirmaciones en ese sentido. Pero cuanto más se logra conocer las importantes obras de la vieja literatura socialista, tanto más se nota todo lo que el llamado socialismo científico debe a aquellos «utopistas» que durante largo tiempo fueron olvidados a causa de la reclame gigantesca que la escuela marxista y de otros factores que relegaron al olvido la literatura socialista del primer período. Y uno de los maestros más importantes de Marx y el que sentó las bases de toda su evolución posterior fue precisamente Proudhon, el anarquista tan calumniado y mal comprendido por los socialistas legalitarios.
El 20 de Julio de 1870, Carlos Marx escribía a Federico Engels: «Francia debe ser golpeada rudamente, pues si Prusia consigue salir victoriosa, el poder estatal llegará a estar más centralizado y lo mismo ocurrirá con todo el movimiento obrero de Alemania. La potencia alemana trasladará el centro del movimiento obrero de Francia a Alemania. Sólo es necesario comparar el movimiento en estos dos países, desde 1866 a nuestros días, para convencerse de la superioridad de la clase obrera alemana sobre la francesa, tanto en la teoría como en la organización y su potencia mayor en los acontecimientos internacionales significa un triunfo para nuestra doctrina sobre la de Proudhon...»
Marx tenía razón: el triunfo de Alemania sobre Francia significó una nueva ruta en la historia del movimiento obrero europeo.
El socialismo revolucionario y liberal de los países latinos fue hecho a un lado, dejando el campo a las teorías estatales y anti-anarquistas del marxismo. La evolución de aquel socialismo vivificante y creador se vio turbada por el nuevo dogmatismo férreo que pretendía poseer un pleno conocimiento de la realidad social, cuando era apenas un conjunto de fraseologías teológicas y de sofismos fatalistas, y resultó ser luego el sepulcro de todo verdadero pensamiento socialista.
Con las ideas, cambiaron también los métodos de lucha del movimiento socialista. En vez de los grupos revolucionarios para la propaganda y para la organización de las luchas económicas, en los cuales los internacionalistas habían visto la semilla de la sociedad futura y los órganos aptos para la socialización de los medios de producción e intercambio, comenzó entonces la era de los partidos socialistas y de la representación parlamentaria del proletariado. Poco a poco se olvidó la antigua educación socialista que llevaba a los obreros a la conquista de la tierra y de las fábricas, poniendo en su lugar la nueva disciplina de partido que consideraba la conquista del poder político como su más supremo Ideal.
Miguel Bakunin, el gran contrincante de Marx, observó con clarividencia el cambio de la situación y con el corazón amargado predijo que, con el triunfo de Alemania y la caída de la Comuna de París, comenzaba un nuevo capítulo en la historia de Europa. Físicamente agotado y mirando de frente a la muerte, escribió, el 11 de Noviembre de 1874, estas importantes palabras a Ogaref: «El bismarkismo ─que viene a ser militarismo, régimen policial y monopolio financiero fusionados en un sistema que se titula el Nuevo Estado─ está triunfando en todas partes. Pero quizás dentro de diez o quince años la inestable evolución de la especie humana alumbrará nuevamente los senderos de triunfo». Bakunin se equivocó en esa ocasión, no calculando que habría de pasar medio siglo hasta que, en medio de una terrible catástrofe mundial, fuera derrotado el bismarkismo.
Así como el triunfo de Alemania en 1871 y la caída de la Comuna de Paris fueron los signos de la desaparición de la vieja Internacional, así la gran guerra de 1914 fue el punto de arranque de la bancarrota del socialismo político.
Y aquí ocurre un extraño suceso que resulta a veces verdaderamente grotesco y que sólo encuentra su explicación en la falta de todo conocimiento sobre la historia del viejo movimiento socialista. Bolcheviques, independientes, comunistas, etc., no dejaron de acusar a los herederos de la vieja Social-democracia de una vergonzosa claudicación de los principios del marxismo. Los acusaron de haber ahogado al movimiento socialista en el pantano del parlamentarismo burgués, de haber interpretado mal la actitud de Marx y Engels sobre el Estado, etc.
El director espiritual de los bolcheviques, Nicolás Lenin, trató de fundamentar su acusación sobre bases sólidas en su conocido libro «El Estado y la Revolución», que es reputado por sus discípulos como la verdadera y pura interpretación del marxismo. Por medio de una colección de citas perfectamente arregladas pretende demostrar Lenin que «los fundadores del socialismo científico» fueron siempre enemigos declarados de la democracia y del pantano parlamentario y que todas sus aspiraciones iban encaminadas a la desaparición del Estado.
No hay que olvidar que Lenin hizo recién descubrimiento cuando su partido, contra todas las esperanzas, se vio en minoría después de las elecciones para la Asamblea Constituyente. Hasta entonces los bolcheviques habían participado a la par de los demás partidos en las elecciones y se cuidaban de no ponerse en conflicto con los principios de la democracia. En las últimas elecciones para la Asamblea Constituyente de 1918, tomaron parte con un programa grandioso, esperando obtener una mayoría importante. Pero al ver que, a pesar de todo, quedaban en minoría, declararon la guerra a la democracia y disolvieron la Asamblea constituyente, publicando entonces Lenin su obra «El Estado y la Revolución» como justificativo personal.
La tarea de Lenin no era sencilla por cierto: de un lado se veía obligado a hacer concesiones avanzadas a las tendencias anti-estatales de los anarquistas y del otro a demostrar que su actitud no era en modo alguno anarquista, sino marxista únicamente. Como inevitable consecuencia de todo esto su obra está llena de errores contra la lógica del sano pensamiento en el hombre. Un ejemplo probará esta afirmación: queriendo Lenin acentuar lo más posible una supuesta tendencia anti-estatal de Marx, cita el conocido párrafo de «Guerra civil en Francia», donde Marx da su aprobación a la Comuna por haber comenzado desterrando el Estado parasitario. Pero Lenin no se toma el trabajo de recordar que Marx se veía obligado con estas palabras ─que están en abierta contradicción con toda su actitud anterior─ a hacer una concesión a los partidarios de Bakunin, con los cuales mantenía, por aquel entonces, una lucha muy enconada.
Hasta el mismo Franz Mehring ─a quien no se le puede sospechar de simpatía hacia los socialistas mayoritarios─ ha debido reconocer esa contradicción en su último libro «Karl Marx», donde dice: «No obstante todo lo verídico que sean los detalles de esa obra, esta fuera de duda que el pensamiento allí expresado contradice todas las opiniones que Marx y Engels habían venido proclamando desde el «Manifiesto Comunista» un cuarto de siglo antes».
Bakunin estaba en lo cierto al decir por aquel entonces: «La impresión de la Comuna levantada en armas fue tan imponente que hasta los marxistas, cuyas ideas habían sido completamente desalojadas por la revolución de París, tuvieron que doblar la cabeza ante los hechos de la Comuna. Hicieron más aun: en contradicción con toda lógica y con sus convicciones conocidas tuvieron que relacionarse con la Comuna e identificarse con sus principios y aspiraciones. Fue un carnavalesco juego cómico... pero necesario. Pues el entusiasmo provocado por la Revolución era tan grande que habrían sido rechazados y arrojados de todas partes si hubieran intentado encastillarse en sus dogmatismos.
Algo más aun olvida Lenin y algo que es, por cierto, de capital importancia en esta cuestión. Es lo siguiente: que fueron precisamente Marx y Engels quienes trataron obligar a las organizaciones de la vieja Internacional a desarrollar una acción parlamentaria, haciéndose, de este modo, responsables directos del empantanamiento colectivo del movimiento obrero socialista en el parlamentarismo burgués. La internacional fue la primera tentativa para unir a los trabajadores organizados de todos los países en una gran unión, cuya aspiración final seria la liberación económica de los trabajadores. Diferenciándose entre si las ideas y los métodos de las diferentes secciones, era de capital importancia establecer los puntos de contacto para la obra común y reconocer la amplia autonomía y la autoridad independiente de las diversas secciones. Mientras esto se hizo la internacional creció poderosamente y floreció en todos los países. Pero todo cambió por completo desde el momento en que Marx y Engels se empeñaron en empujar a las diferentes federaciones nacionales hacia la acción parlamentaria. Esto ocurrió por primera vez en la desgraciada conferencia de Londres de 1871, donde lograron hacer probar una resolución que terminaba con las siguientes palabras:
«Considerando: que el proletariado sólo puede permanecer como clase constituyéndose en partido político aparte, en oposición a todos los viejos partidos de las clases dominantes; que esta constitución del proletariado en partido político es necesaria para llegar al triunfo de la Revolución Social y a su finalidad, la desaparición de las clases; que la unión de las fuerzas proletarias que se viene consiguiendo por las luchas económicas es también un medio de que se valen las masas en la acción contra las fuerzas políticas del Capitalismo; la Conferencia recuerda a los miembros de la Internacional la necesidad de mantener en las luchas obreras indisolublemente unidas sus actividades económicas y políticas».
Que una sola sección o federación de la Internacional adoptara tal resolución era cosa bien posible, pues sólo a sus componentes envolvería el cumplimiento de ella; pero que el Consejo Ejecutivo la impusiera a todos los componentes de la Internacional, y máxime tratándose de un asunto que no fue presentado al Congreso General, constituía un proceder arbitrario, en abierta contradicción con el espíritu de la Internacional y que tenia necesariamente que levantar la protesta enérgica de todos los elementos individualistas y revolucionarios.
El Congreso vergonzoso de La Haya, en 1872, concluyó la obra emprendida por Marx y Engels para transformar a la Internacional en una maquinaria de elecciones, incluyendo a este efecto una cláusula que obligaba a las diferentes secciones a luchar por la conquista del poder político. Fueron, pues, Marx y Engels los culpables del divisionismo de la Internacional, con todas sus consecuencias funestas para el movimiento obrero, y los que por la acción política trajeron el empantanamiento y la degeneración del Socialismo.
Cuando estalló la revolución de España en 1873, los miembros de la Internacional ─casi todos anarquistas─ desconocieron las peticiones de los partidos burgueses y siguieron su propio camino hacia la expropiación de la tierra y de los medios de producción, con un espíritu socialmente revolucionario. Estallaron huelgas generales y revueltas en Alcoy, San Lúcar de Barrameda, Sevilla, Cartagena y otros lugares, que tuvieron que ser sofocadas en sangre. Más tiempo resistió la ciudad portuaria de Cartagena, la cual se mantuvo en manos de los revolucionarios por espacio de varios meses hasta que finalmente cayó debido al fuego de los buques de guerra prusianos e ingleses. En aquel entonces Engels atacó duramente en el «Fol-Stat» a los bakuninianos españoles y los apostrofó por no querer adherirse a los ciudadanos republicanos. ¡Cómo hubiera el mismo Engels, si viviera aun, criticado a sus discípulos comunistas de Rusia y Alemania!
Después del célebre Congreso de 1891, cuando los dirigentes de los llamados «Jóvenes» fueron expulsados del Partido Socialdemócrata, por levantar la misma acusación que Lenin dirigía a los «oportunistas» y «kautzkianos», fundaron éstos un partido aparte con un órgano propio: «Der Socialist» en Berlín. Al principio, este movimiento fue extremadamente dogmático y representó ideas casi idénticas a las del actual Partido Comunista. Si se lee, por ejemplo, el libro de Teistler «El Parlamentarismo y la clase obrera», se encontrarán idénticos conceptos que en «El Estado y la Revolución» de Lenin. Al igual de los bolcheviques rusos y de los miembros del Partido comunista alemán, los socialistas independientes de aquel entonces rechazaban los principios de la Democracia y se negaban a participar en los parlamentos burgueses sobre la base de los principios reformistas del marxismo.
Y ¿cómo hablaba Engels de esos «Jóvenes» que se complacían, al igual de los comunistas, en acusar a los dirigentes del Partido Socialdemócrata de traición al marxismo? En una carta a Sorge en octubre de 1891, hace el viejo Engels los siguientes amables comentarios: «Los asquerosos berlineses se han convertido en acusados en vez de seguir siendo acusadores y habiendo obrado como cobardes infelices han sido obligados a trabajar fuera del Partido, si es que desean hacer algo. Sin duda hay entre ellos espías policiales y anarquistas disfrazados que desean trabajar secretamente entre nuestra gente. Junto a ellos hay una cantidad de asnos, de estudiantes ilusos y de payasos insolentes de todo surtido. En total son unas doscientas personas».
Seria verdaderamente curioso saber con qué adjetivos simpáticos hubiera hoy honrado Engels a nuestros «comunistas», que se dicen ser «los guardadores de los principios marxistas».
No es posible caracterizar los métodos de la vieja Social-democracia. Respecto a tal punto Lenin no dice una sola palabra y menos aun sus amigos alemanes. Los socialistas mayoritarios deben recordar este detalle sugerente para demostrar que son ellos los verdaderos representantes del marxismo; cualquiera que conoce algo de historia debe darles la razón. El marxismo fue quien impuso la acción parlamentaria a la clase obrera y marcó la ruta de la evolución operada en el Partido Social-demócrata alemán. Solo cuando esto se comprenda, se entenderá que la ruta de liberación social nos lleva a la tierra feliz del anarquismo pasando por encima del marxismo.