Título: Sobre la centralización
Temas: Centralización
Notas: Traducido por J. Prat. Digitalización KCL.
Fuente: Recuperado el 18 de enero de 2013 desde kclibertaria.comyr.comMe alegro de que alguien haya al fin pensado en la proporción, que, según mi modo de ver, encierra la verdadera solución práctica (automática, mejor dicho) de las diferencias entre centralización y descentralización.
No por esto el problema deja de ser menos complicado, dado que la proporción no es un término único invariable. Quiero decir que para todo organismo se necesita un cierto minimum de proporción para que sea viable, y después, a ser posible, un mayor grado de proporción para que este organismo sea duradero, progresivo, etc., en igual o mayor grado que los demás.
Piénsese, si no, en las monstruosidades que no son viables, en los seres humanos, algunos de ellos tan deformes, que se extraña uno de verles vivir y vegetar a pesar de todo, aunque esto no sea la verdadera vida.
Igualmente vemos en la Sociedad tantas instituciones defectuosas que arrastran su vida de modo análogo. Pero al pensar en la Sociedad futura dejamos a un lado estas deformidades que gracias a ajenos esfuerzos arrastran una vida artificial, para no pensar más que en organismos vivientes y efectivos, y por esto creemos que la proporción deberá ser la condición esencial de estos nuevos organismos.
Creo ─sin haberlo leído en detalle─ que Fourier se preocupó mucho de buscar la proporción para un organismo productor y consumidor y que llegó a las falanges de 1.000 a 1.200 individuos para que pudieran cómodamente bastarse unas a otras.
No es más que una hipótesis. Tenemos, después, los ensayos de colonias comunistas y otros ejemplos que han demostrado que un número de personas mucho más restringido y demasiado pequeño no es efectivo ni siquiera viable. Por otro lado, las asociaciones de cooperación demasiado grande se nos presentan como organismos sin vida real, estériles y sin interés. Aquí, el conjunto escapa por completo al individuo, mientras que en el grupo pequeño el conjunto está demasiado cerca de él, ve demasiado la trastienda y los bastidores.
Tomemos el ejemplo de la producción actual desde el punto de vista del que mayor interés tiene en esta producción: el capitalista (mañana será el público). Si su establecimiento es demasiado pequeño, queda absorbido por su industria, no conoce otra cosa, resulta un ser mal proporcionado, atado a su tenducho. Si la empresa es de proporción conveniente, que sin permitirle vivir sin hacer nada no le absorbe por completo, la cosa marchará mejor para él. Si la empresa es demasiado grande, o bien se consagrará a su funcionamiento con todas sus fuerzas y se convertirá en esclavo suyo, o la empresa le escapará y se verá conducido por directores asalariados más o menos indiferentes, como ocurre con todas sociedades por acciones, en que el accionista, haga lo que quiera, es impotente ante una administración que ante todo y por encima de todo piensa en sí misma.
Tocante al obrero, un trabajo que pueda seguirlo de cerca, como el de antaño, podía y debía interesarle; pero el trabajo de la grande industria actual, en la que a menudo no ejecuta más que una labor parcial y repetida, no puede interesarle. Únicamente cuando tiene el conjunto y el objetivo ante sí reaparece el interés.
Del mismo sistema actual resulta que el interés personal en la producción desaparece, y esto es un mal porque implica el envilecimiento del trabajo. Nosotros queremos una sociedad en que el trabajo no se deje sentir como una triste y dura necesidad, sino que sea la satisfacción de la necesidad natural de actividad que tiene el hombre sano. Para esto será necesario que de nuevo cada individuo viva su trabajo y se interese por él. Las proporciones, las dimensiones, entrarán por mucho en esta rehabilitación del trabajo.
Conservar las grandes industrias, aun con el pretexto de economizar trabajo, separaría nuevamente el obrero del trabajo; la indiferencia persistiría, y entonces en la administración de cada industria habría falta de cuidados, despilfarros, etc.
Si, pues, los Sindicatos tomaran posesión de las fábricas, de los instrumentos y materiales de sus oficios actuales, sería desastroso: se continuaría simplemente un sistema que queremos destruir; no sería más que un cambio de propietarios. En América, por lo que se refiere a las diversas ramas de la producción, todo pasa entre las manos de los trusts capitalistas, y en la Francia revolucionaria sería el trustsde los obreros; en ambos casos un grupo de intereses colocado frente a todo el mundo.
Es lo mismo que hacen los campesinos hace ya tiempo con gran éxito en diversos países: inteligenciación de campesinos y de grandes propietarios; los partidos agrarios son, en realidad, partidos de intereses que no hacen otra cosa diferente de la que hacen todos los Sindicatos: vender sus productos lo más caro posible sin tener lo más mínimo en cuenta los intereses generales.
Siempre se ha tenido por característico y defecto esencial del actual sistema social el que el interés personal (de personas o de grupos, es lo mismo) pisotea el interés general (colectivo), y la protección del interés general (colectivo) es la primera palabra de todo socialismo. De todo esto me parece que resulta que el proyecto de una apropiación de todo por parte de los Sindicalistas respectivos no se sale del marco de la Sociedad actual y se aleja, en cambio, del socialismo, pues esto no sería otra cosa que un nuevo reparto de las riquezas sociales entre diversas agrupaciones: de los trusts capitalistas pasaríamos a los trusts obreros.
Se me dirá que de ahí pasaremos más aprisa a lo que verdaderamente deseamos. Esto está por demostrar y discutir, pues lo mismo se puede opinar que este sindicalismo acaparador y monopolizador asquearía de tal modo a todo el mundo y sentiría tanto horror a los esfuerzos colectivos, que caeríamos en un egoísmo feroz que nos conduciría a una nueva servidumbre de los débiles.
Respeto a la proporción en la producción, me parece que este sistema sindical se aleja cada vez más de ella. Si el sindicalismo llegara a esta apropiación (lo que no creo posible), el sentimiento sindical estaría tan desarrollado (por la lucha) en sus miembros, que me es difícil ver con quien podría tratar de igual a igual. Se crearía un «patriotismo» de grupo tal, que el sentimiento de los intereses generales quedaría muy debilitado.
Supongamos entonces que para el cambio de productos un oficio trata con otro; habría uno más fuerte y otro más débil. ¿Quién cede? O bien cada oficio deberá tratar con una colectividad. ¿Cuál? El municipio; pero ésta es una colectividad local muy débil frente al oficio. ¿Qué podrá, por ejemplo, un municipio cualquiera contra el grupo inmensa que representarían los mineros? He aquí, pues, que los municipios tendrían que federarse y tratar colectivamente con las grandes agrupaciones de productores, lo cual nos llevaría a lo que ya tenemos hoy: el Estado (llámenlo como quieran), la colectividad frente a los sindicatos, es decir, nuevamente la lucha.
De igual modo, un sistema así haría difícil una producción más económica, que ahorrara esfuerzos inútiles. Hay muchos oficios inútiles o poco útiles en los cuales nadie pensaría, y si se tratara de reorganizar la producción sobre una base razonable y proporcionada, nos encontraríamos estos oficios fortificados por sindicatos que querrían continuar existiendo y sobreviviendo.
No es de suponer que un sindicato (nuevo pequeño Estado con todas las particularidades del Estado) se redujera voluntariamente, porque entonces perdería influencia; al contrario, tendría entonces el mismo interés que tienen hoy los capitalistas que quieren vender: consideraría que sus productos son indispensables. Por regla general un organismo así no desaparece voluntariamente: es, queda, tiende a extenderse. El Estado ha obrado así, el Sindicato hará lo mismo.
Y, no obstante, el Sindicato no es, en realidad, más que la agrupación inevitable para la lucha colectiva contra la fuerza igualmente coaligada de los patronos. Pero después de la victoria, cesa su razón de ser, como la de un ejército después de una guerra. Ahora bien, vemos actualmente que los ejércitos no desaparecen después de la guerra, que siempre hay el pretexto para una guerra futura. Y los sindicatos tampoco querrán desaparecer para ceder el lugar a las libres agrupaciones que, por medio de ensayos y experiencias, procurarán encontrar las verdaderas proporciones esenciales a todo organismo.
Recientemente se ha hecho referencia a esta similitud con el ejército. A menudo pienso en este hecho: al lado de la Revolución francesa, que anhelaba la felicidad común para todos (como hoy se sueña con el socialismo y la anarquía), crecían los ejércitos de la Revolución que, ciertamente, salvaron a ésta de la invasión y del aplastamiento, y en esto le fueron infinitamente útiles (como el sindicalismo lo es para la defensa de los obreros contra la burguesía). Pero poco a poco los ejércitos obraron para sí mismos; hicieron la guerra de las ricas conquistas y en Francia se les dejó que hicieran. Y llegó inevitablemente el momento en que el ejército, en la persona de uno de sus jefes (si no hubiera sido Bonaparte habría sido Pichegru, Moreau u otro), puso mano sobre el país y estableció su dictadura ahogando la Revolución.
La apropiación de las riquezas sociales por los Sindicatos individuales sería un golpe de Estado parecido, un ahogamiento de todo el socialismo. Y parece como si marcháramos alegremente hacia este desastre, de igual modo que durante la Revolución todo el mundo en Francia se alegraba de ver la fuerza creciente de los ejércitos... hasta el momento en que se dejó sentir su zarpazo.
Y es ridículo y triste contemplar cómo los adversarios encarnizados del militarismo galoneado se alistan a fondo en este nuevo militarismo.
Quería, en suma, decir dos cosas: que la apropiación por los Sindicatos es la negación del socialismo, y que para reorganizar la producción y el consumo es necesario, ante todo, tener en cuenta lasproporciones.
Esta organización exige la plena libertad, la libertad de ensayo y de experiencia, tal como existe en la ciencia; lo que quiere decir que esto no es posible sino con la anarquía, y que se trata, por lo tanto, degeneralizar esta libertad que la ciencia, el arte y el pensamiento han conquistado ya, y actuar según su dictado en el campo político y social.
Los Sindicatos tienen su importancia para eliminar los patronos, etc., con los arietazos que descargarán. Pero después de la lucha deberán disolverse y agregarse a los organismos libres (cooperativas de producción, etc.), ya creados o en camino de crearse. Dejarse absorber por los Sindicatos sería un verdadero desastre. Por consiguiente, ahora más que nunca, tenemos que trabajar por la verdadera anarquía.