Título: El Socialismo en Francia
Temas: Socialismo
Fuente: Recuperado el 2 de enero del 2013 desde Kolectivo Conciencia LibertariaLas Opiniones Políticas en Francia
Constitución y Organización del Partido Socialista
Las Fuerzas del Partido Socialista
La Acción del Partido Socialista
El Partido Antes y Durante la Guerra: Cómo los Socialistas Llegan a Ministros
Los franceses tienen, naturalmente, opiniones políticas diversas. Se puede decir que, en realidad, salvo una pequeña minoría, son todos republicanos. El realismo está bien muerto, sea el que fuera el ruido que mueven algunos de sus sostenedores.
Los republicanos se dividen en progresistas liberales conservadores, en radicales y radicales-socialistas y en socialistas. Son los primeros una ínfima minoría. Los otros tienen diversos puntos comunes, especialmente sus tendencias democráticas fuertemente acentuadas. Los demócratas franceses se reclutan entre los aldeanos, obreros, pequeños burgueses (comerciantes, pequeños funcionarios, pequeños industriales y artesanos). Constituyen la masa de la nación, sin disputa posible. Tomando por base la representación en la Cámara de los Diputados -elegida en Mayo de 1914-, se encuentra que los radicales y radicales-socialistas constituyen aproximadamente los 5/10 de la masa electoral; los socialistas (comprendidos los llamados socialistas independientes) 2/10; los progresistas-liberales-conservadores republicanos, aproximadamente también 2/10; los realistas, apenas el 1/20. La diferencia 1/20 está constituida por los ciudadanos franceses que, sin mostrarse indiferentes por las luchas políticas, se niegan a tomar parte en las elecciones. Con la mayor frecuencia son, por otra parte, de opiniones muy avanzadas, pues muchos de entre ellos son anarquistas o anarquizantes. Los miembros de las clases ricas raramente se abstienen de votar.
Bajo la denominación de «socialistas» encontramos, pues, los «socialistas independientes» y los que llamábamos antes de la guerra «socialistas unificados», porque estaban reunidos en un partido, compuesto de diversos grupos socialistas unificados en un solo partido. Sus adversarios tienden hoy a llamarles «bolchevistas», con la esperanza de desacreditarles.
Los socialistas independientes sólo tienen algunos representantes en la Cámara de los Diputados. Son muy poco numerosos en el país, acaso no lleguen a una trigésima parte de los electores. Briand, Augagneur, Viviani, pertenecen a este grupo, que es una especie de transición entre los radicales y el partido socialista. Su programa no es esencialmente socialista, pues no persiguen como objeto la socialización de los medios de producción. Por el contrario, los anarquistas-comunistas deben ser incluidos entre los socialistas, dado el carácter del ideal cuya realización persiguen. Son poco numerosos, pero tienen influencia en las agrupaciones obreras. La tuvieron mucho mayor quince o veinticinco años atrás. Citaremos entre ellos a Pablo Reclus, sobrino del ilustre geógrafo y sociólogo Elisée Reclus, Jean Grave, Andrés Girard, etc. Algunos, sin abandonar su ideal de libertad y de comunismo, se han adherido al partido socialista, considerando que la acción colectiva y de conjunto es la única que permitiría modificar la sociedad capitalista y transformarla en una sociedad socializante, luego socialista.
El Partido Socialista es el único partido político francés sólidamente organizado sobre bases democráticas. Esta es una de las causas de su considerable influencia en la política francesa, tanto interior como exterior. Al partido pueden adherirse todos, hombres y mujeres, que cuenten a lo menos diez y ocho años de edad y acepten los siguientes principios:
«Inteligencia y acción internacionales de los trabajadores; organización política y económica del proletariado en partido de clase para la conquista del poder y la socialización de los medios de producción y de cambio, es decir, la transformación de la sociedad capitalista en una sociedad colectivista o comunista».
Tal es la base constitucional del partido, cuyo título oficial es Partido Socialista, Sección Francesa de la Internacional Obrera (P. S.-S. F. J. O.). En cada municipio, los miembros del partido forman una sección, que celebra reuniones privadas y públicas, a voluntad. A cada miembro se le provee de una tarjeta con timbres o sellos mensuales que representan la cotización. Ésta es variable, según las secciones y las federaciones. En efecto, el importe de la cotización se reparte en tres fracciones desiguales: una, la más crecida, para la sección, la segunda para la Federación, la tercera para el organismo central del partido. Las grandes ciudades que constituyen municipios muy importantes, como París, Lyon, Marsella, Nantes, tienen varias secciones, generalmente una por departamento. El artículo 6° del Reglamento del partido establece que cada miembro del mismo tiene el deber de pertenecer al sindicato obrero de su profesión y a la cooperativa de su localidad. En cada departamento, el conjunto de las secciones constituye una Federación, que tiene una administración federal. Cuando en un departamento el número de secciones es inferior a cinco y el de los miembros a cien, no puede existir Federación, y entonces las secciones se adhieren a una Federación vecina. Para ser encargado de un mandato del partido (delegado en los órganos directivos y administrativos), es preciso figurar como adherido al partido desde cinco años atrás cuando menos. Para ser candidato a diputado, es menester serlo desde tres años. El sistema de la representación proporcional existe en el partido en todos los grados de la organización. Todo esto figura consignado en un reglamento imperativo para todos los adheridos.
La administración de la Federación se efectúa por medio de un Comité federal -uno o dos delegados por sección-, que se reúne tantas veces como lo cree conveniente. Dicho Comité nombra un secretario federal y un tesorero federal. Anualmente la Federación celebra un Congreso federal, compuesto por uno o varios delegados por sección. Cada delegado dispone de cierto número de mandatos, según el número de los cotizantes de la sección. Las federaciones más numerosas son las del Sena, del Norte, del Paso de Calais, del Ródano, de la Gironda, etc.
La dirección del partido radica en el Congreso nacional, que se celebra una vez cuando menos al año. Los delegados para esos congresos son elegidos por los congresos federales. Tienen un mandato por veinticinco cotizantes de la Federación. El Congreso nacional nombra la Comisión Administrativa Permanente (C. A. P.), compuesta de veinticuatro miembros. Su función es la de administrar el partido con la ayuda del Consejo nacional. Éste, formado por delegados de las federaciones, sobre poco más o menos como para el Congreso nacional, se reúne cuando menos cada trimestre. Los elegidos socialistas para el Parlamento forman un grupo parlamentario distinto de todos los otros grupos del mismo. Este grupo socialista del Parlamento tiene representantes en los consejos y congresos nacionales. Tiene, efectivamente, una respetable influencia en la dirección del partido, lo propio que la C. A. P. (de la que no pueden formar parte más de ocho diputados). En efecto, estos dos organismos (C. A. P. y grupo socialista del Parlamento), por ser permanente, son los reales órganos directores del partido. Los congresos y consejos nacionales no pueden más que indicar la orientación general. Los miembros del grupo socialista en el Parlamento — actualmente lo son solamente los diputados, pues el partido no tiene senadores — ingresan en el partido una cotización anual de 3.000 francos, de éstos, 1.200 para la caja de la organización central. En Paris y en el departamento del Sena, como los consejeros municipales y generales perciben de la ciudad y del departamento un salario, deben ingresar en el partido 120 francos anuales. En cada municipio y departamento en que hay elegidos en los Consejos municipal y general, deben formar un grupo distinto de los otros grupos políticos.
Tal es la organización del partido fijada por un reglamento, que indica, además:
1º. El control de las federaciones y del partido sobre la conducta de los miembros. 2°. Los modos de juicio arbitral en caso de discrepancia. Hasta los artículos del 63 al 69 de dicho reglamento están consagrados a establecer el control del partido sobre la prensa socialista, propiedad o no del partido. De hecho, ese control sobre la prensa es ilusorio, salvo para los periódicos pertenecientes al partido mismo.
Se ve que esta organización es realmente democrática, pues la base es la sección, es decir, el conjunto de adheridos. Es muy difícil a delegados en los diversos consejos y congresos y a los diputados no obrar de conformidad a las direcciones dadas por la mayoría del conjunto de adherido.
Antes de la guerra contaba el partido con cerca de 75.000 cotizantes. La guerra disminuyó considerablemente ese número, puesto que en los comienzos de 1915 no alcanzaba ya a 25.000. Las mayores fuerzas del partido son o jóvenes u hombres en el vigor, de la edad. La proporción de los viejos es muy ínfima. La de los hombres de cuarenta y cinco a sesenta años no es elevada. Depende esto de que la mayoría de los socialistas es reclutada en el mundo obrero, donde el promedio de la vida es bastante bajo. Dada la edad de casi todos los adheridos al partido socialista, la movilización les cogió desde el origen de las hostilidades (Agosto de 1914). Al convertirse en soldados, la mayor parte cesaron de cotizar. Pero en el transcurso de 1915 debió restablecerse la vida industrial para las municiones, las armas, los alimentos y el vestuario. Los obreros volvieron al taller, los sindicatos crecieron considerablemente, y de rechazo el partido socialista vio aumentar un poco sus miembros. En 1918 alcanzó 34.000 cotizantes. La suspensión de la vida política primeramente, después las trabas que la censura de la prensa, la censura postal, el régimen del estado de sitio para ciertas regiones, el semiestado de sitio para otras y la supresión de las reuniones públicas imponen a la vida política desde 1916 a 1918, hicieron que el aumento fuera muy lento. Se trata del número de cotizantes, no del de aquellos que acuden al socialismo. Éste, por el contrario, es muy elevado, como explicaré ulteriormente.
El armisticio (Noviembre de 1918) trajo la desmovilización lenta pero continua, y siguió de ello un acrecentamiento, continuo también, del número de adheridos al partido socialista. Dicho número siguió la misma marcha ascendente, pero en proporción menor que el de los adheridos a los sindicatos (Confederación General del Trabajo). En el momento en que escribo estas líneas (Octubre de 1919) el partido cuenta 115.000 miembros.
Sería un error juzgar de su fuerza por este número, número relativamente pequeño, puesto que representa apenas las tres centésimas partes de la población de Francia. Entra poco en las costumbres francesas formar grupos políticos e imponerse cotizaciones. Los que lo hacen son solamente los que se interesan grandemente por la cosa pública, los que tienen conciencia de que su interés es solidario del de la colectividad. Lo más a menudo, el francés se contenta con tener sus opiniones político-sociales muy claras. Las manifiesta individualmente en las conversaciones y en el momento de las elecciones, pero no se toma la molestia de adherirse a uno o varios grupos. El número de votos reunidos por los diputados en las elecciones legislativas expresa, pues, con mayor verdad la fuerza de las diversas opiniones políticas. En 1914 se celebraron elecciones para diputados, y los candidatos miembros del partido socialista reunieron más de un millón de sufragio. No se trata en este caso más que de hombres de veintiún años en adelante. En aquella época (1914), el partido socialista representaba, pues, en realidad, cerca de la sexta parte de la población francesa adulta, pues se puede decir con justicia que si las mujeres fueran llamadas a votar, las relaciones entre los partidos no se modificarían mucho.
¿En qué clases sociales se reclutan todos esos socialistas? La mayor parte proviene de la clase obrera urbana, la que trabaja en las fábricas, las manufacturas, los talleres. La mayoría de esos obreros se unen en sindicatos y los más activos de entre ellos se agregan al partido socialista. La pequeña burguesía de las grandes ciudades y algo la de las pequeñas, es decir, los pequeños comerciantes e industriales, los empleados de despacho y de almacén, los pequeños funcionarios del Estado y de las ciudades, los universitarios (profesores de las universidades, de liceos y colegios y los maestros) proporcionan también una crecida parte del millón socialista.
En los campos, el labrador tiene poca tendencia a agruparse. Su vida, individualista por las condiciones de su trabajo, su aislamiento en la quinta, no le impulsan a adherirse a un partido político. Hay, no obstante, en el extremo Oeste de Francia (Finisterre), en el Sur (región vitícola), en el Este (Jena), en el Centro (Limousin), grupos socialistas de campesinos.
Los profesores de la campiña son con mucha frecuencia — cuando son jóvenes, es decir, cuando tienen menos de cuarenta años — grandes propagandistas socialistas, aun sin ser miembros del partido socialista. El número de intelectuales adheridos al partido no puede ser fijado con certeza, pues su estadística no ha sido hecha, pero es relativamente elevado. Algunos de ellos, abogados, médicos, profesores, representan cierto papel, tanto en la dirección del partido como en la de cada Federación.
La vitalidad de todas esas fuerzas socialistas es muy grande. Su actividad es incesante y reviste formas diversas. Se conoce que el partido es joven, que está compuesto de jóvenes y de mujeres también jóvenes rebosantes de vida. Se prodigan gustosos de todas maneras. Es el único partido político de Francia del que se puede decir eso.
La acción de los socialistas en los sindicatos es muy grande. Comparten su dirección con los «sindicalistas», todos más o menos comunistas, y por tanto socialistas. La acción de los miembros del partido socialista en las cooperativas es tal vez todavía mayor. Ellos son los que poseen la dirección del almacén al por mayor, de la Federación de las cooperativas de Francia y de la mayor parte de las cooperativas de París y de provincias.
El partido socialista manifiesta su acción mediante reuniones públicas y privadas, muy frecuentes en las grandes ciudades, a intervalos distantes en las ciudades medianas y pequeñas. Esto depende, por lo demás, de que tengan las federaciones de militantes tiempo sobrado para ir a propagar a las ciudades y municipios vecinos. El partido socialista cuenta con «delegados para la propaganda». Éstos reciben un salario fijo y están además libres de todos los gastos de viaje cuando van las federaciones para hacer tournées de proselitismo.
El partido socialista edita folletos y a veces «hojas volantes». Ciertas federaciones que cuentan con numerosos adheridos, y por tanto, son bastante ricas, hacen lo mismo. Hay miembro que individualmente también publican folletos.
Aparte de las reuniones, el medio que el partido prefiere a todos para difundir los ideales socialistas es el periódico. El partido tiene una publicación diaria que ve la luz en París, L’Humanité. Juan Jaurés fue el fundador de ella y el director hasta su muerte. Pedro Renaudel, diputado, le sucedió desde agosto de 1914 a Octubre de 1918. A raíz del Congreso de París, en Octubre de 1918, como la fracción a la cual pertenece M. Renaudel perdía la mayoría del partido, fue reemplazado por Marcelo Cachin, diputado también. En París, un diario socialista de la tarde, Le Populaire, tiene por director a Juan Longuet, diputado, y por redactor-jefe a Paul Faure. Representa la política que fue largo tiempo «minoritaria», de la que vamos a hablar. Dos diarios de la mañana, La France Libre y La Politique, defienden la política del grupo de extrema derecha del partido.
En provincia, citemos Le Populaire du Centre, de Limoges; Le Midi Socialiste, Le Droit du Peuple, de Grenoble; Le Reveil du Nord (Lille), y otros todavía que no recuerdo. Al lado de esos diarios puramente socialistas, pertenecientes en parte a federaciones y siguiendo la política de la mayoría de ellas, existen periódicos «burgueses» que acogen articulos de socialistas, tales como L’Henre, que dirige Marcelo Sembat; el Journal du Peuple, que dirige Henri Fabre. Hay que citar aún en esta categoría La Vérité, La Lanterne, publicados en París, La Dépéche, de Toulouse, etc.
A esta prensa diaria es preciso añadir la serie de los semanarios: Le Cri du Peuple (Brest), dirigido por E. Goude, diputado; La Défense du Cher, La République Sociale, de Aude; Le Socialiste Nivernais, de Neven; Le Travailleur de L’Yonne, Le Cri Populaire, de Burdeos; Le Progrès de Loir et Cher, etc. En París se publica un semanario satírico ilustrado, Le Canard Enchaind, con dibujos de H. P. Gassier; La Vague, dirigido por M. Brizon, diputado. Una revista mensual, L’Avenir, dirigida por M. J. B. Séverac, ha reemplazado a La Revue Socialiste y Le Mouvement Socialiste, que la guerra ha hecho desaparecer. Otras revistas mensuales, tales como La Clairière y L’Action Internatianale, aparecen igualmente en París. Representan matices diversos del socialismo. Así La Clairiére tiene ribetes de sindicalismo y la otra de anarquismo. En esta revista de la prensa socialista acaso haya olvidado algunos semanarios, pero aun así, esta lista muestra la actividad de propaganda socialista por la vía periodística. En tiempo de la guerra, a pesar de la censura, fue éste su más poderoso medio para propagar sus ideas y criticar la política «capitalista». Durante los dos primeros años de guerra, como la censura era más rígida, algunos grupos e individualidades socialistas recurrieron a hojas volantes y a folletos clandestinos, es decir, que no sometían a la censura y que hacían circular como cartas, etc. Desde el armisticio, la censura ha ido suavizándose más y más. No está todavía suprimida en este momento (Octubre de 1919), lo que ha dificultado mucho la propaganda de las ideas socialistas.
En enero de 1905, las diversas organizaciones socialistas existentes en Francia desde hacía años, es decir, el Partido Socialista Revolucionario (P. S. R.), el Partido Socialista de Francia (P. S. F.), el Partido Obrero Francés (P. O. F.) y diferentes federaciones autónomas de provincias, se reunieron en un partido único, P. S. (S. F. I. O.). Durante los años que siguieron, las diferentes organizaciones así reunidas en la agrupación que comúnmente se llamó el Partido Unificado, desaparecieron por tanto como unidades distintas. Estaban realmente fundidas en el partido, a excepción, no obstante, del P. O. F., cuyos principales jefes eran entonces Julio Guesde y Pablo Lafargue. Por esta razón, el P. O. F. era con frecuencia designado bajo el nombre de «guesdistas». Su ciudadela era el Norte, el Paso de Calais, el Alto Vienne. Sus adheridos, muy disciplinados, obedecían estrictamente a sus leaders, que sentían mucho el ascendiente de la social-democracia alemana. Tenían de ella el vocabulario y la fraseología redundante y revolucionaria, mientras que sus actos y su política eran completamente parlamentarios. El «guesdismo» era, en realidad, un estado de espíritu que subsistió después de la unificación del partido. Aún vivía Juan Jaurés. Verdadero genio político, hombre de una cultura profunda y enciclopédica, gran orador, sin afectación, atrayente, Jaurés tenía entre los socialistas una enorme influencia. Se impuso a la cabeza del partido por sus conocimientos, su rectitud, su bondad y su sinceridad. No sufriendo ya la influencia nefasta de comediantes políticos como Alejandro Millerand y Arístides Briand, como la había sufrido desde 1894 a 1902, Jaurés fue él mismo. Y entonces se atrajo todos los corazones, salvo los de la fracción «guesdista». Sabía él, por lo demás, que en un partido popular basado en principios democráticos, no hay que romper jamás con las masas. Es preciso estar siempre en contacto con ellas, aunque a veces se debiera seguirlas y modificar la política que se cree justa. Él sabía esto y lo practicaba. He aquí por qué Jaurés, durante su vida política, se inclinó siempre más y más hacia la izquierda. Antes de la guerra existía en el partido una derecha: era una fracción sobre todo de jóvenes, con algunos viejos, los sindicalistas, empeñados en que el partido marchara absolutamente de acuerdo con la C. G. T. (Confederación General del Trabajo). Los leaders de aquella fracción eran Pedro Dormoy, que fue consejero general del Sena, Gastón Lévy, Ernesto Lafont, diputado por el Loire, y Agustín Hamon.
En vísperas de la invasión del suelo francés por los ejércitos alemanes, Jaurés fue asesinado por uno de esos numerosos semilocos que la propaganda verbal violenta de los reaccionarios impulsa al crimen. Aquel asesinato político de un hombre justamente amado por las multitudes obreras podía promover motines y una revolución. El gobierno francés le temió. La amenaza de la guerra, que todos consideraban inminente, contuvo la cólera popular. Las exequias fueron tranquilas e imponentes. Se reservaba para después de la guerra el arreglo de la cuenta con los autores del crimen (inspiradores y sicarios).
La muerte de Jaurés privó a Francia de un genio político que habría ciertamente desempeñado un papel extraordinario en la tragedia que sufrió el mundo desde el 3 de Agosto de 1914. Ella privó al socialismo francés del hombre que en él era más influyente, que dominaba a los otros leaders como el roble centenario domina a los zarzales que crecen a su alrededor. Desaparecido Jaurés, quedaron como leaders del partido personalidades inteligentes y activas, pero de segundo y de tercer orden: Pedro Renaudel, Alberto Thomas, Marcelo Sembat, Juan Longuet, Pressemane, Mistral, Alejandro Varenne, etc. No hablo ni de Edmundo Vaillant, ni de Julio Guesde, esos veteranos del socialismo, esos protagonistas de la primera hora. La vejez debilitaba sus fuerzas. Eran la sombra de sí mismos. Por lo demás, Vaillant murió durante el curso de la guerra.
Entre los leaders restantes, ninguno era bastante grande para imponerse a los otros. Así, el partido debía encontrarse entregado a la lucha de los individuos para apoderarse de la dirección o para la creación de fracciones antagónicas.
Las derrotas de Francia, la invasión de una gran parte del territorio durante los primeros meses, obraron sobre el conjunto de los socialistas así como sobre los leaders. Se vieron de este modo conducidos a la aceptación de la «unión sagrada», es decir, al cese de las luchas políticas entre partidos y opiniones adversos. De la «unión sagrada» debía derivar la política de la colaboración de clases. Se la vio practicar abiertamente cuando el gobierno francés contó primero con dos, seguidamente con tres ministros socialistas: Marcelo Sembat, Julio Guesde y Alberto Thomas.
Según la misma organización del partido socialista, ninguno de sus miembros puede ser ministro sin la autorización del mismo partido, representado por un Congreso, o en su defecto, por la C. A. P. Dadas las circunstancias de la guerra (movilización, estado de sitio, invasión del territorio), no era posible la celebración del Congreso. La C. A. P. debía, pues, designar el o los miembros del ministerio de «unión sagrada». Este democrático sistema no dejaba de presentar inconvenientes a los ojos de algunos. Así, el partido podía designar delegados-ministros que no agradaran al presidente de la República a causa de su carácter intransigente, de su falta de flexibilidad, de su espíritu profundamente socialista, en una palabra, de su socialismo agudo, si se me permite decirlo. Con gran debilidad se dio de lado a este peligro de la manera siguiente: Raimundo Poincaré hizo llamar a su colega del Palacio de Justicia, Marcelo Sembat, rico abogado como él, y le expuso la necesidad de la «unión sagrada», ofreciendo a los socialistas dos carteras ministeriales, una para Sembat mismo, la otra para otro socialista. Sembat asintió al punto a la combinación. Y con su gran flexibilidad de carácter, sus excelentes cualidades de manipulador parlamentario, pensó seguidamente en Julio Guesde para la otra cartera. Aquello era en extremo hábil, pues impedía que los «guesdistas» se opusieran a la «unión sagrada», siendo él, según la fraseología tan en boga en Alemania, el ardiente protagonista de la lucha de clase, el feroz adversario de la colaboración de clases. ¿Sembat habló de ello al Presidente? Lo ignoro, pero es posible. En todo caso, acudió al momento a lo que quedaba de la C. A. P. Expuso la situación y explicó los deseos y las ofertas presidenciales. Naturalmente, sostuvo débilmente la idea de un ministerio de «unión sagrada», pero insistió sobre la gravedad de la situación. Después dijo, como de paso, que se le había ofrecido una poltrona. Y como en el semblante y en los gestos de algunos se dibujara una protesta, añadió que el Presidente había hablado también de Julio Guesde. Desde aquel momento, las protestas posibles se desvanecían, y Julio Guesde y Marcelo Sembat fueron autorizados para entrar en el ministerio. La táctica de Poincaré dio resultado. Más tarde, Alberto Thomas entró también en el ministerio, pero fue, llamado en razón de la gran actividad que había desplegado para constituir la industria del armamento en plena guerra.
La política gubernamental fue tal, que nadie habría podido decir que había socialistas en el ministerio. En lugar de influir sobre la política, obligando a democratizarla, dejaron a los diversos gobiernos de que formaron parte desarrollar una política reaccionaria, menos liberal que la de los gobiernos ingleses. Fue así porque Julio Guesde, viejo y enfermo, había perdido toda energía, y porque Marcelo Sembat veía las cosas más como artista dilettante que como hombre de acción y pensador. ¡Cuán otra habría sido la situación si hubiera vivido Juan Jaurés!
El espíritu democrático y socialista apareció un poco en el ministerio con Alberto Thomas. Joven y vigoroso, de gran cultura, procedente de la Escuela. Normal Superior, de una actividad sin límite, Alberto Thomas realizó un enorme y singular trabajo en su Ministerio del Armamento. Fue un excelente «commis», como se habría dicho en el siglo XVIII. Ejerció poca influencia sobre la política general y todavía no la adquirió sino al cabo, de cierto tiempo. Así, es a él a quien se debe la respuesta de la Entente a las preguntas que el presidente Wilson formuló en Diciembre de 1916. Briand y Lloyd George no querían responder; Alberto Thomas exigió una respuesta. Sabido es cuál fue ésta, en modo alguno tal como habría debido ser para países democráticos; pero, en fin, era mejor que la falta de respuesta de las potencias centrales.
La presencia de socialistas en el ministerio había sugerido a la masa la idea de que se había cambiado algo en la política francesa. Fue un desencanto ver que no había nada de ello. De esta suerte germinó el descontento y se desarrolló en las masas obreras movilizadas o no. Condujo a algunos de la C. G. T. y a ciertos socialistas a ir a Zimmerwald en Septiembre de 1915. Entonces fue cuando nació la fracción llamada «minoritaria». Aquella fracción se desarrolló poco a poco en el curso de la larga duración de la guerra, bajo la presión misma de las circunstancias. Era grande el descontento que producía ver a los leaders gobernar al partido autocráticamente, sin que la masa pudiera conocer las razones de la apatía, a lo menos aparente, de los ministros socialistas. Aquella masa se quejaba de la ruptura de las relaciones internacionales, del silencio guardado por los gobiernos aliados sobre los fines de la guerra.
Las circunstancias que creaba la guerra eran revolucionarias, y por ello en la masa proletaria se desarrollaba un espíritu revolucionario que pedía sólo ser puesto en movimiento por la actitud y los actos de los leaders. Nada de esto ocurrió. El admirable material humano permaneció inutilizado. Ninguno de los directores socialistas comprendió, o no se atrevió a comprender, que la situación era verdaderamente revolucionaria y que a una situación revolucionaria correspondían necesariamente medios revolucionarios. Lo directores, ministros y demás dejaron hacer, felices con pasar la tormenta en la mayor tranquilidad posible. Les incumbe por ello una gran responsabilidad en el sostenimiento del desorden, de la falta de organización, de las ilegalidades, de la ignorancia y de la mentira que se desenvolvieron tan grandemente en esta guerra en la administración de Francia.
Si los leaders estuvieron por debajo de su tarea, no pudo aparecer hombre nuevo alguno gracias a la fuerte constitución burocrática del partido. El partido se había centralizado, y lo que en apariencia le fortificaba, le debilitaba en realidad. Ha sido debilitado porque la actitud de los directores no correspondía a los deseo de los más activos, de los más militantes y del mismo conjunto de la masa proletaria.
Bajo la influencia de la duración de la guerra, dadas las condiciones que acabo de exponer, la fracción «minoritaria» aumentó poco a poco hasta el momento en que constituyó mayoría en el consejo nacional de Julio de 1918, confirmado por el Congreso de Octubre del propio año. En el curso de este desarrollo, los «mayoritarios» habían tenido que ceder terreno, especialmente en Mayo de 1917, después del regreso de Rusia de dos diputados, Marcelo Cachin y Mario Montet, que volvían entusiasmados de la revolución rusa. Pero sí el grueso de los «mayoritarios» acentuaba su actitud hacia la izquierda, una pequeña minoría tendía a acentuarla hacia la derecha. Es así como algunos intelectuales habían anteriormente formado un grupo, el Comité socialista para la paz del Derecho. Así, cuarenta diputados lanzaron un manifiesto a principios de 1918 y crearon un diario, La France Libre, para defender su política, más nacional que socialista. Uno de esos cuarenta, Alejandro Varenne, fundó en 1919 otro diario, La Politique.
EL PARTIDO EN OCTUBRE DE 1918: BOCETO DE LOS « LEADERS »
«En vísperas del Congreso de 1918 -escribía yo en The Forum, de Nueva York-, el partido socialista estaba, pues, dividido en fracciones que, de la extrema derecha a la extrema izquierda, son: los «cuarenta», los «mayoritarios», los «centristas», los «minoritarios» y los «kienthalianos».
«Los «cuarenta» son un Estado Mayor de diputados sin tropas. Sus principales leaders son: Compère-Morel, Alejandro Varenne, Adriano Véber. Oradores de palabra fácil, activos, de mediana inteligencia, esos hombres no tienen en el partido, sobre las masas, autoridad alguna. A decir verdad, hasta cierta sospecha rodea a Compère-Morel y Varenne, a los que se considera comúnmente como «muy aburguesados» y «muy arribistas».
«Los «mayoritarios» tuvieron la dirección del partido hasta el último Congreso, con hombres como Alberto Thomas, Pedro Renaudel, Bracke, Luis Dubreuilh, etc. Aparte de Thomas, el leader más notable de este grupo es, evidentemente, Pedro Renaudel. Alto, corpulento, macizo, deja ver desde luego que representa una fuerza de la naturaleza. Su frente es ancha, pero poco abovedada, hasta si se quiere un poco deprimida. Su inteligencia no tiene la amplitud de la de Jaurés, del que es discípulo. Pero tal caso es, le basta para permitirle llegar a ser, si no el mejor, a lo menos uno de los mejores leaders del partido. Sería preciso para ello que se desembarazara de las influencias que sufre y que se librara de las miras estrechas que con mucha frecuencia le guían. Pedro Renaudel es un orador que sabe hacerse escuchar de las multitudes. Tiene audacia y sabe imponerse. Es, además, un táctico político frecuentemente hábil. Salido del pueblo, veterinario de profesión, su cultura dista mucho de igualar la de un Jaurés o la de un Alberto Thomas; pero trabajador infatigable, ha aumentado considerablemente su bagaje de conocimientos, sin dejar de pertenecer al pueblo, lo que es una cualidad.
«Los «centristas» constituyen un grupo que ha reunido aún relativamente pocos adeptos. Habrían querido en los consejos y congresos impedir las divisiones en fracciones, de manera que el partido presentara un frente único y unido al capitalismo mundial. La intención era buena, pero para realizarla habría sido menester otros hombres que los que se erigieron en leaders de aquella fracción, no en su aurora, sino en el curso de 1918. Cuando nació, en 1916-1917, sus leaders eran Auriol, Badouce, Ernesto Lafont, diputados. Más tarde, Marcelo Sembat, Marcelo Cachin y otros vinieron a unírseles. El primer puesto fue tomado por Marcelo Sembat, que lentamente, hábilmente, evolucionó hacia los «minoritarios», a fin de reconquistar la popularidad zozobrada en su función ministerial. Marcelo Cachin es un bretón, salido también del pueblo. Estudioso, alcanzó títulos universitarios, pero se lanzó joven a la política socialista, fracción guesdista entonces. Triunfó, pues su elocuencia es cálida, colorida, pero redundante y demasiado puramente fraseológica. En el Congreso M. Bracke, un profesor universitario, notable helenista, le arrojó en una interrupción: «Forum!» El epíteto es vivo. Sólo los que estudiaron el currículum vital de M. Cachin podrían decir si está justificado. Desde este Congreso, Marcelo Cachin es director de L’Humanité. En este grupo centrista hay una muy elevada inteligencia, Ernesto Lafont, abogado y hombre de gran cultura. Joven todavía, su papel político está en los comienzos.
«Los minoritarios han dejado de constituir minoría. Han llegado a mayoría, y se les llama ahora los «neo-mayoritarios». Sus leaders son numerosos, diputados y otros. Como los leaders de las otras fracciones, ninguno de ellos sale de la medianía. Juan Longuet, abogado y diputado, nieto de Karl Marx e hijo de un antiguo comunalista, Charles Longuet, es el más sobresaliente de dicho grupo: parece que su parentesco sea uno de los más poderosos factores del papel de primera fila que desempeña; M. Mistral, antiguo comunlista grenoblés; M. Mayeras, cuya elocuencia es fustigadora e incisiva, antiguo profesor; Emilio Goude, antiguo empleado de la marina, muy trabajador y lleno de buen sentido; M. Vilière, una inteligencia ahogada en parte por su modestia; Paul Faure, enfático y apasionado; M. Pressmane, diputado, claro y preciso, pero dogmático; León Frossard, antiguo profesor, despedido por causa política y convertido en obrero, y ahora secretario del partido; inteligente, de palabra fácil, clara e incisiva, M. Frossard es una fuerza real. Su mandíbula cuadrada indica una voluntad tenaz, una positiva energía. Es ambicioso. De aquí a algunos años, si los acontecimientos no vienen a destruir el curso natural de las cosas, León Frossard será probablemente uno de los principales leaders del partido.
«Los kienthalianos han constituido bloque con los otros minoritarios en el Congreso de Octubre, aunque existen entre ellos grandes discrepancias de política. Representan cerca de la tercera parte de la minoría actual y una quinta parte del partido entero. Sus leaders son: Loriot, Rappoport, Alejandro Blanc, Rafin Dugens, Luisa Saumonneau, cuyo valor intelectual es muy mediano.
«Como se ve por este rápido bosquejo de los leaders del partido, la mediocridad es la característica general que de él se desprende. Cuando vivía Jaurés, todos esos hombres eran buenos lugartenientes bajo su dirección. Pero su muerte destruyó aquella entente. Cada uno de los lugartenientes se ha creído llamado a ser el jefe principal. Así se han formado klans en el partido con el fin de obtener las funciones y los honores. Como es más fácil dirigir autocráticamente que dirigir en forma democrática, se ha manifestado la tendencia autocrática. Los hombres han resultado inadecuados a la situación. Y fue así porque en el partido no puede aparecer ningún hombre nuevo, a causa de la estrecha constitución de su régimen orgánico, establecida en el curso de los años, y calcada sobre el modelo de la del partido social-demócrata de Alemania. Si se presenta un recién llegado, le es preciso agregarse a un clan y seguir la hilera.
«Este estado del partido explica cómo el Congreso de Octubre de 1918 fue, más aún que los precedentes, una lucha de personas para la obtención de puestos y no una lucha de ideas. No se fijó ninguna orientación política para el porvenir. Constituye eso una causa de debilitamiento del partido en la acción. La responsabilidad de ello incumbe a todas las fracciones igualmente. Se presentaron tres mociones, imprecisas las tres y llenas de verbosidad. La de los minoritarios obtuvo mayoría, una mayoría, por otra parte, pequeña: 316 mandatos sobre un total de 3.000. Aquellas mociones, mayoritaria, centrista y minoritaria, no ofrecían grandes divergencias, cuando menos en los términos. Pero sin embargo, es difícil destacar de ellas las ideas que impregnan el partido, tan confusas son las mociones. Es preciso parangonarlas con las mociones votadas por unanimidad, que aprueban la política de Mr. Wilson, para apreciar el estado de ánimo de la totalidad del partido. Cabe decir, sin error, que el partido unánimemente quiere una paz duradera, justa, basada en la libre disposición de los pueblos; que entiende reanudar las relaciones internacionales con los otros partidos socialistas del mundo; restablecer, en fin, la Internacional; que conserva siempre sus fines de la socialización de los medios de producción y de los bienes.
«El cambio de tribu o clan en la dirección del partido no ha cambiado la política seguida por él desde Agosto de 1914. Y no cambiará. Los neo-mayoritarios harán lo que hicieron los antiguos mayoritarios. Por otra parte, los acontecimientos arrebatan a los hombres con rapidez. Y forzoso será a los hombres sufrir su influencia y conformarse con ellos».
EL PARTIDO DESDE OCTUBRE DE 1918
La nueva mayoría no ha dirigido al partido durante el año que acaba de transcurrir, desde que tomó el poder, por otras direcciones que la que había seguido la antigua mayoría. Su política interior y exterior fue la misma. En verdad, hubo, no obstante, una ligera diferencia en lo que concierne a las relaciones con el bolchevismo-sovietismo. L’Humanité, que cuando la dirección Renaudel estaba manifiestamente parcial «en contra» de los bolcheviques, se tornó, bajo la dirección Cachin, manifiestamente parcial «en pro» de los bolcheviques. Las cuestiones de la dictadura de clase y de los consejos de obreros (sovietismo) sustituyendo al parlamentarismo consuetudinario constituyen, en efecto, puntos de profundo disentimiento entre fracciones del partido socialista. Unos — como Alberto Thomas — niegan la cualidad democrática al régimen de los consejos de obreros, y sostienen que la dictadura de clase es antisocialista. Otros -como M. Loriot- son de parecer diametralmente opuesto.
Los acontecimientos, durante aquel año (Octubre de 1918 a Octubre do 1919), se precipitaron: Armisticio; Conferencia de la Paz, Tratado de Paz, continuación de la guerra en Oriente, guerra contra la Rusia sovietieta (Sovdepie), tentativas de revoluciones en Alemania, Hungría, etc.; grandes huelgas en Francia, en la Gran Bretaña, etcétera; reunión de la Segunda Internacional socialista en Berna en Lucerna, de la Internacional sindical Amsterdam, elecciones legislativas próximas en multitud de países, etc.
La reacción del partido socialista francés enfrente de todos estos acontecimientos ha demostrado la exactitud de miras del porvenir que yo emitía en el capítulo precedente, que he tomado de un estudio que lo escribí en Noviembre de 1918 para The Forum. Las fracciones han continuado siendo las mismas en el partido, con ligeras modificaciones no obstante.
La extrema izquierda kienthaliana, que se llama ahora comúnmente los «bolcheviques» porque quisieran adherirse a la Tercera Internacional de Moscou, ha aumentado: representaba cerca de la quinta parte del partido en Octubre de 1918; representa ahora la cuarta. Esto resulta del voto de la moción que presentó en el Congreso de Septiembre de 1919. Es de prever que en el curso de 1920 dicha fracción aumentará aún, pues los nuevos adheridos que acuden en tropel al partido son, sobre todo, jóvenes, y de los que fueron combatientes en la guerra mundial. Y éstos tienen fuertes tendencias hacia la extrema izquierda, los consejos de obreros y la aplicación, por la tuerza de las masas y la dictadura, de las concepciones socialistas.
La otra modificación, consecuencia del mismo estado de espíritu, es la casi desaparición del grupo de los «cuarenta» como influencia directiva sobre el partido. La extrema derecha se ha desvanecido. Los hombres que la componían han conocido que no representaban ya la opinión de las masas del partido. Salieron muy quebrantados del Congreso de Septiembre de 1919, aun el mismo Alberto Thomas, que estaba en los confines del grupo de los cuarenta y de los antiguos mayoritarios. Algunos de ellos hasta fueron magistralmente ejecutados en un hermoso discurso de Pedro Renaudel.
El estado de espíritu que señaló hace ya un año ha continuado siendo el mismo, acaso un poco más agriado por los acontecimientos que han traído tantas desilusiones a propósito de la paz, del desarme, de la Sociedad de las Naciones, de la carestía de la vida. Este agriamiento explica el crecimiento de la extrema izquierda, la evolución de todo el partido hacia la izquierda. Él será inevitablemente la causa principal de la escisión del partido en dos fracciones. Todo este año ha amenazado realizarse. Sólo la cuestión de la inminencia de las elecciones legislativas lo impidió.
En efecto, cuando se estudia el partido socialista, se comprueba que en su seno los miembros se dividen en partidarios de dos grandes tácticas: 1ª. La conquista del poder político por los procedimientos constitucionales del parlamentarismo y de las elecciones; 2ª. Esa misma conquista por la revolución violenta, la acción directa de las masas o de una fuerte minoría. Es cierto que en el partido son mucho lo partidarios de estas dos tácticas, según la oportunidad del momento. Pero es no menos cierto que en las dos alas del partido, a derecha e izquierda, existen numerosos miembros que no aceptan sino una u otra de las dos tácticas. En la extrema izquierda, algunos llegan hasta negarse a tomar parte en las elecciones, adhiriéndose así a la táctica tradicional de los anarquistas-comunistas. Cuanto más transcurre el tiempo, más aumenta la importancia política del partido socialista, porque más se acrecienta el número y la circulación de la prensa. L’Humanité tiene una venta de más de 250.000 ejemplares. La consecuencia de esta situación será una diferenciación cada vez más profunda entre las dos tendencias, desde el punto de vista de la táctica, puesto que la finalidad es la misma para las dos. Y esta diferenciación no puede terminar más que en una escisión. M. Loriot, el leader de la extrema izquierda, lo reconoció plenamente en el Congreso de Septiembre, cuando dijo: «La escisión el inevitable entre nosotros que queremos ir a la Tercera Internacional de Moscou, ustedes que quieren permanecer en la Segunda Internacional de Berna. La escisión se hará en un porvenir próximo».
En el Congreso de Septiembre de 1919, el partido apareció como un bloque, con un solo grupo disidente, el de los «bolchevistas». La mayor parte de los neo-mayoritarios se agregó a los antiguos mayoritarios para la adopción de una moción común, que obtuvo 1.427 mandatos, mientras que la moción de los bolchevistas obtenía 490. La inteligencia entre los dos matices del bloque mayoritario de tendencia parlamentaria se había hecho gracias a la habilidad de Pedro Renaudel, L. Frossard y Lebas. Los diputados socialistas fueron invitados a no ratificar el Tratado de Paz, o que implicaba la posibilidad de abstenerse. Las federaciones fueron reconocidas autónomas y libres para la elección de sus candidatos, pero «eran invitadas a inspirarse para sus designaciones en el cuidado de asegurar la salvaguardia de los principios socialistas tradicionales, y en un amplio espíritu de tolerancia y de unidad socialista».
Si se analiza la situación tal como resulta de aquel Congreso de Septiembre de 1919, se ve que el partido se compone de un bloque representando los ¾, de los miembros y de una fracción de la extrema izquierda representando el otro ¼. Naturalmente, en el «bloque» existen matices diversos que dan todas las gamas del rojo, desde el rosa tierno en la extrema derecha, hasta el rojo vivo en la izquierda que alcanza la extrema izquierda bolchevizante. Pero la formación de ese «bloque» hace desaparecer el grupo «centrista» como grupo, y además, efecto muy importante, cambia el eje de dirección del partido, que tiende a volver a manos de los antiguos mayoritarios, cuyo principal leader es Pedro Renaudel. Los antiguos mayoritarios (Renaudel) representaban un término medio de 800 mandatos. En el «bloque» de los 1.427 mandatos, se encuentran, pues, tener la mayoría relativa. No obstante, la dirección del partido, bien que volviendo poco a poco a manos de Pedro Renaudel, pertenecerá más a la izquierda que en 1914-1918, porque Renaudel se ha desembarazado del peso muerto de los políticos de la extrema derecha del partido y porque éste, por entero, hace una evolución hacia la izquierda.
EL PORVENIR DEL PARTIDO SOCIALISTA
En el curso de la guerra mundial, el partido socialista es el único que ha tenido una política de guerra, sobre todo para las cuestiones financieras y económicas. En varias ocasiones, el gobierno tuvo que aplicar las medidas propuestas por los socialistas, pero lo hizo tarde, y a menudo demasiado tarde. Es un hecho que puede ser observado por todos los que no se niegan a ver la realidad.
«Tuve la evidencia de ello un día del año 1918, cuando la casualidad de un viaje me permitió hablar con un joven sacerdote, que por su conversación me pareció ser profesor de filosofía en la Universidad Católica de Paris. «El partido socialista — me dijo — es el único partido que tiene una política de guerra. Y habría sido prudente seguirla inmediatamente en lugar de buscar efugios y aguardar. La guerra ha sido buena para el partido socialista y sólo para él. Crecerá considerablemente en número». Es ese un juicio exacto, porque la guerra mundial es, en cierto modo, una revolución. El socialismo, y por consiguiente el Partido Socialista que es su símbolo, ha visto crecer su poderío y su fuerza durante los cincuenta y dos meses de guerra. Jamás los periódicos burgueses hablaron tanto del partido socialista. Jamás prestaron tanta atención a las manifestaciones de sus líderes, a las decisiones de sus consejos y congresos nacionales, a las aspiraciones de sus masas». ( Fortnightly Review, September de 1919, «War and the French Socialists», por August Hamon). No solamente el partido socialista es el único que tuvo una política financiera y económica de guerra, sino que también es el único que tiene una política financiera y económica para la paz, el único que tiene una política extranjera de elevadas miras, basada en la inteligencia internacional, opuesta a los odios nacionales y a la prosecución de los armamentos. Esto pudo ser comprobado en las polémicas de la prensa, en las intervenciones en la Cámara a propósito de la situación político-social, a propósito del Tratado de Paz, etc.
En el curso de la guerra, el partido socialista fue la única agrupación política que suspendió poco su vida política. Si las reuniones públicas estaban prohibidas, si las reuniones privadas eran difíciles a causa de las comunicaciones raras, etcétera, los hombres no dejaron por ello de ser militantes activos, cuya influencia se hizo sentir en la Liga de los Derechos del Hombre, en la Coalición Republicana bajo el punto de vista político; en las cooperativas y en las relaciones, con la C. G. T. bajo el punto de vista económico.
Por más que el partido estuviera por debajo de las circunstancias, a causa de la insuficiencia de sus leaders, como era el que representaba el papel menos malo en la presente tormenta, vio acudir a él a los hombres pertenecientes al partido radical, y hasta de otros más inclinados a la derecha. Bajo la presión de las circunstancias, el ideal socialista arraigó en las masas profundas de los campos, de la pequeña burguesía y del proletariado urbano. La duración de la guerra representó un gran papel a este respecto. El odio a la guerra y al militarismo, preconizado únicamente por los socialistas antes de la guerra, se hizo general y atrajo al ideal socialista a numerosas personas. Las medidas socialistas para la alimentación y distribución de las primeras materias, para los transportes, etc., han habituado a las gentes a considerar posible la realización del socialismo. Así, deduzco de todo esto la seguridad de que la masa socialista va a aumentar de una manera que se puede calificar de formidable. Se puede apreciar: 1º. Por las adhesiones al partido, que exceden de las de antes de la guerra en más de un 60 por 100; 2°. Por la expansión de los periódicos socialistas; 3º. Por los ensayos de formación de un bloque «burgués» para luchar contra el partido socialista en las elecciones legislativas, municipales y senatoriales, que tendrán lugar el 16 de Noviembre de 1919 o el 11 de Enero de 1920.
En parte dio buen resultado, pues sólo hubo setenta diputados socialistas unificados elegidos el 16 de Noviembre de 1919. Representaban cerca de un millón quinientos mil votos. El número de abstenciones fue por término medio de 25 por 100, como en las otras elecciones. Pero el tanto por ciento más crecido de esas abstenciones se dio en los departamentos donde la mayoría de los electores era de ideas avanzadas. Muchos, por descorazonamiento, están fatigados del parlamentarismo y sonríen a la idea de la acción directa. En el conjunto, las elecciones de Noviembre último parecieron indicar un empuje hacia la derecha, contrariamente a lo que ocurre desde hace cuarenta años en todas las elecciones. El bloque conservador capitalista hizo una propaganda muy dispendiosa mediante la publicación de imágenes para agitar el espantajo bolchevista. Parcialmente dio resultado, pues en verdad el empuje es más aparente que real. Se vio ya en las elecciones municipales y en los consejos generales, que dieron marcados éxitos a los socialistas y señalaron, en el conjunto, un empuje hacia la izquierda sobre la situación de antes de la guerra.
Antes de las elecciones senatoriales del 11 de Enero, el partido socialista no tenía miembro alguno con asiento en el Senado. Las elecciones del 11 de Enero le dieron dos. Además, en casi todas las elecciones senatoriales los socialistas tuvieron minorías más o menos grandes, cuando antes de la guerra ni tan sólo podían presentar candidatos, tan exiguo era el número de sus votos.
El poderío político del partido socialista se ha afirmado, pues, en las últimas elecciones con una fuerza real, bien que no aparente, y por consecuencia negada a los ojos del observador superficial. Se habría afirmado aún con mayor fuerza, y de una manera más ostensible, si el partido se hubiera escindido en dos en el Congreso de Septiembre.
Pero la escisión no se ha producido. Tendrá inevitablemente lugar, como ya he dicho, porque el socialismo francés no escapa a la crisis que sufre el socialismo en el mundo entero. Es una crisis de crecimiento, resultado de su ascensión al poder, del aumento del número de sus adheridos y del engrandecimiento de su papel político-social. Lo propio que los partidos socialistas de Alemania, de Dinamarca, de Italia, de Noruega, de Suecia, etc., se han escindido o están en vísperas de hacerlo, el partido socialista francés se escindirá. Y cuanto más pronto tenga lugar esta escisión, mejor para el socialismo. Este último no se debilitará por ello, antes al contrario. El partido comunista revolucionario será un aguijón permanente que empujará sin cesar hacia una política de la izquierda al partido parlamentario, que, por lo demás, tendrá en su extrema izquierda una fracción sindicalista. Considerada bajo cierto prisma, la guerra mundial, como dije ya en 1916, en mis Leçons di la Guerre Mondiale, era una lucha entre dos concepciones del socialismo: el socialismo estatista representado por la social-democracia alemana, y el socialismo federalista y libertario representado por los socialistas franco-belgas. La destrucción de la autocracia germánica, a pesar de sus sobresaltos de vida bajo la forma del gobierno centralizado actual de Alemania, asegura el triunfo del socialismo federalista sobre el socialismo estatista. Se ve esto con claridad cuando se considera el movimiento obrero en la Gran Bretaña, en Francia, con sus tendencias sindicalistas abiertamente antiestatistas.
Así, pues, todo concurre a que el partido socialista sea llevado a representar en la política de Francia un papel cada día más importante. Con el Parlamento elegido en Noviembre de 1919, es probable que los socialistas sean llamados a recibir el poder, sea parcialmente, sea en totalidad. Escribo esto en la hipótesis de que todos los acontecimientos se desarrollarán pacíficamente. Pero podría ser que fuera de otro modo, pues las condiciones financieras, económicas, en general son eminentemente catastróficas.
La carestía y tal vez la falta de pan, de carbón, de primeras materias, hacia las que el mundo se encamina, la perturbación monetaria debida a la hinchazón fiduciaria, el coste extremo de la vida, y otros hechos todavía, son elementos generadores de una situación revolucionaria. Si en la masa popular se añade un espíritu revolucionario, en la actualidad puramente en estado potencial, a esta situación a consecuencia de la miseria y de la incapacidad de tener elementos de vida, ni aun con dinero, entonces las posibilidades de revolución pueden resolverse en realidad. En este caso, el partido socialista y la C. G. T. tendrían en sus manos el destino entero de Francia.
10 de Octubre de 1919.
A. Hamon: profesor del Institut des Hautes Études, de Brúselas; antiguo encargado de Cursos Libres en la Universidad de París y en la Universidad de Londres. Versión española de Cristóbal Litrán. Digitalización: KCL.
Sabido es, como lo he demostrado en mi volumen Socialisme et Anarchisme (París, 1905), que el carácter esencial del socialismo es la socialización de los medios de producción, sea bajo la forma de colectivismo, sea bajo la forma el comunismo.
Véase acerca de este asunto nuestra obra en preparación: Dèmocratie, Bolchevisme et Conseils Ouvriers.
Véase mi artículo en The International Review, Londres, Octubre de 1919.